El desierto de los tártaros, una novela de Dino Buzzati, tiene como protagonista a Giovanni Drogo, teniente y luego capitán de una fortaleza de frontera que espera toda su vida el inicio de una guerra. La idea parece simple, pero el libro es asombroso. A mí me encantó. Me pareció muy, muy, muy bueno, porque el final, el final es simplemente espectacular.
Aunque, si lo pienso bien, esta novela me hubiera parecido también muy buena si hubiera tenido el final que esperaba, es decir (spoiler alert!), si Giovanni Drogo hubiese permanecido hasta el final en la fortaleza, esperando la visión de los tártaros eternamente, y hubiera muerto esperando, como cierto Coronel. La magia está en la espera, así que de todas formas me hubiera parecido una novela muy buena, pero que al final esta espera se concretase, que al final el momento que esperó toda su vida llegara, que los tártaros se avisaran por fin en el horizonte y que todos tuvieran que prepararse para la guerra, eso, eso fue simplemente genial.
Más genial aún fue que al final no lo dejaran quedarse, que no lo dejaran pelear la guerra que había esperado desde siempre, que estuviese tan viejo y enfermo que tuvieran que mandarlo a casa, que estuviese tan cerca del sueño de su vida y que tuviera que obedecer órdenes y dar un paso atrás. Esa frustración increíble, esa impotencia desesperante, esa obligada resignación, eso me pareció maravilloso. Y no porque disfrute el sufrimiento de personajes ficticios, sino porque son sentimientos tan complejos y fuertes que verlos retratados tan real y entrañablemente es algo digno de resaltar.
Pero hay una tercera etapa en este maravilloso final, querido lector imaginario, porque después de todo esto el senil Giovanni Drogo parece apropiarse de su propio destino (caprichoso y frustante destino) de la forma más sutil y ligeramente escalofriante que he podido leer hasta el día de hoy. Al monólogo final ante el presentimiento de su propia muerte, le siguen nueve palabras perfectamente pensadas que lo cambian todo.
Después, en la oscuridad, aunque nadie lo vea, sonríe.
Ojalá todavía quieras leer el libro, querido lector imaginario, después del tremendo spoiler que acabo de soltar (que conste que lo advertí). Yo personalmente tengo ganas de ver la película. Sé que hay una de 1976 y me produce mucha curiosidad ver el rostro que eligieron para un persona tan particular.
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