sábado, 2 de diciembre de 2017

La obra maestra

La mayoría de los escritores que sigo en redes sociales se dio un tiempo para comentar, con muchas o pocas palabras, la genialidad del nuevo libro de Fernando Ampuero. Así que yo, obediente, apenas pude compré un ejemplar.



Y sí, hay algo en la calma y sobriedad del relato de Ampuero que lo hace especial. Es un libro pequeñito —una plaqueta, le dicen también— que retrata a dos escritores que se ven arrastrados por el anhelo de escribir una obra maestra. Y, para variar, hay un pasaje que encontré particularmente chocante y preciso; te lo copio aquí, pero cuidado con los spoilers:
Entonces oyó un golpe seco. Algo que sonó como una llamada o una advertencia. Venía de uno de los ventanales del balcón con vista a la calle, un ventanal abierto. Aquel albur le dio ideas, pensó su mujer más tarde, cuando notó que el rostro de su marido se demudaba. Callado, pálido, él se acababa de detener ante su escritorio; y, repentinamente, su mirada comenzó a oscilar entre sus papeles y el balcón, cuyo ventanal seguía sonando, llamando. Ella no previó lo que iría a suceder. No era algo que alguna vez hubiese concebido, ni en sus peores peleas. Pero en cosa de segundos, al verlo cargar entre sus brazos las rumas de papeles y correr hacia el balcón, la asaltó un pálpito, el premonitorio latido del abismo.
—Edmundo —se angustió Teresina.
Él no le hizo caso. Y de nada hubiera servido. Ya había levantado los brazos a la noche, al viento frío que silbaba y soplaba, a la persistente llovizna. Los papeles alzaron vuelo como una bandada de gaviotas, revoloteando y alejándose velozmente del departamento. Asomada al balcón, consternada, Teresina apenas contempló la belleza incongruente de cientos de hojas flotando con un ruido de aleteos y que caían para estropearse, manchadas por el barro, pisoteadas por las ruedas de los autos, empapadas por la vereda mojada o las chorreantes copas de los árboles.
—¡A la mierda! —gritó Edmundo.
Abatido, harto de luchar, aceptaba su derrota. Y entonces, de pie y salpicado de lluvia, se convirtió en un ser vacío, en un cuerpo sin alma.
Teresina derramó unas lágrimas en silencio. Ni él ni ella se dijeron una palabra. ¿Qué podrían decir en tales circunstancias? Era el fin de la ilusión que explica una existencia, la renuncia al encanto de vivir y el abandono del sueño de la obra maestra, pero también el final de su vida en pareja.

Es esta última oración la que me impactó... Era el fin de la ilusión que explica una existencia, la renuncia al encanto de vivir y el abandono del sueño de la obra maestra. Solo escucha esa frase, querido lector imaginario, solo presta atención a lo que significan cada una de sus palabras: el fin de la ilusión que explica una existencia. Es muy, muy fuerte: el fin de la ilusión que explica una existencia. Me gustaría poder decir más, poder agregar algo, pero no. En este caso, si sabes lo que es vivir con una ilusión de ese tipo, si tienes un sueño, un solo sueño constante, un sueño que vuelve a ti una y otra vez sin importar cuántos años pasen, entonces no necesito decir más porque esas palabras lo han dicho todo.

sábado, 4 de noviembre de 2017

La voz a ti debida, de Pedro Salinas


La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.




BUM.
Saca el pañuelo.
Lo siento, querido lector imaginario. Alguien me pasó este poema y yo tuve el deseo de pasárselo a alguien más. Pero como no lo voy a hacer, como prefiero no pasárselo a nadie y nunca tener que volver a sentirme identificada con sus versos, entonces te lo dejo a ti, para que llores si tienes que hacerlo (mentira, yo sé que tú estás hecho de acero).

Un beso, y perdón por no estar tan activa por aquí (estoy con grandes planes que abarcan casi todo mi tiempo; después te cuento).

viernes, 8 de septiembre de 2017

El padre

El martes 29 del mes pasado fue un día muy agitado. Trabajé todo el día, porque los deadlines y las listas de cosas por hacer se me venían encima, hasta que tuve que obligarme a parar porque ya eran las siete de la noche y yo y una amiga teníamos entradas para el teatro. Nos íbamos a encontrar en Larcomar, pero yo estaba tan cansada, tan física y mentalmente cansada, que cuando me llamó por teléfono para decirme que ya estaba llegando pero que había dejado las entradas en su trabajo casi me sentí aliviada. Estaba en Starbucks, porque aparentemente la franquicia se ha convertido para mí en una segunda oficina, y pensé que lo que quería en verdad en ese momento no era entrar a ver una obra, sino simplemente conversar con mi amiga un rato y volver a mi casa a descansar temprano. Pero mi amiga, proactiva, fue a preguntar si no podían acaso hacer una excepción y dejarnos pasar, y le dijeron que sí, que como tenía las fotos de las entradas en su celular, no debía haber ningún problema, así que entramos.

La obra se llamaba El padre, de Florian Zeller, y la dirigía Juan Carlos Fisher (y yo no tenía idea de qué trataba, la verdad). Pero aunque mientras hacían la tercera llamada yo todavía temía quedarme dormida, cuando terminó todo solo podía pensar que esta había sido una de las mejores obras que había visto en mucho tiempo (y considera, querido lector imaginario, que tuve la oportunidad de ir a dos maravillosos musicales en Londres el año pasado). Todo en ella estaba bien pensando, bien diseñado. El escenario, por ejemplo, era un actor más, un actor que iba avanzando en el tiempo, como los personajes, que se iba transformando con el argumento, que tenía vida, tanta vida como el protagonista y el resto del elenco. Y justamente el protagonista... Díos mío. Estimado Osvaldo Cattone, el padre, si estás leyendo esto por casualidad, por algún capricho del destino, solo quiero decir que si pudiera me pondría de pie y te aplaudiría de nuevo. La actuación que nos regalaste ese día, e imagino que debe ser así todos los días, es la personificación de la frase dejarlo todo en la cancha (o en las tablas, en este caso). Porque la forma en que te involucraste con el personaje... Vaya. Se notó, ¿sabes? Se notó cómo fueron necesarios varios minutos para que dejaras de ser el padre y volvieras a ser el actor, para que dejaras de sentir lo que sentía el padre en la última escena y volvieras a ser tú y pudieras levantar la mirada y disfrutar del público que aplaudía, algunos entre lágrimas, como yo. Porque esa frase cliché, ese nos hiciste reír y llorar al mismo tiempo, una vez más, no podría estar aquí mejor usada. El padre te hace reír, te hace reír a carcajadas, pero vaya que te hace llorar... De hecho, te desgarra.

Justamente, una de las primeras cosas que dije cuando acabó la obra fue no estaba emocionalmente preparada para esto, otro cliché. Se lo dije a mi amiga, mientras aplaudíamos, llorando yo un poco todavía pero contenta, contenta porque a pesar de todo estaba segura de haber presenciado un espectáculo magnífico. Esta obra te hace reír, porque tiene escenas geniales, hilarantes. Pero también mueve sentimientos profundos, sentimientos que tal vez algunos no sabían que tenían o que preferirían no tener. El padre es un hombre que va perdiendo la memoria de a pocos y su historia es esa, es la historia de su enfermedad. Pero esa historia es tan profunda, tan real y tan dura, que te aprieta el corazón de a poquitos, primero, y luego muy fuerte, hasta que sientes que ya no puedes, que las cosas no están bien, que hay algo malo con la vida, con el mundo, y que simplemente no se puede, que no hay más.

No voy a spoilearte nada, querido lector imaginario, y tampoco te voy a decir, porque no lo sé, hasta cuándo va la función. Pero sí escuché por ahí que, con El padre, Cattone se retirará del oficio. No sé si sea cierto o no, pero si lo fuera, puedo decir que realmente es tan buena esta obra que no podría pensar en una mejor forma de decirle adiós a las tablas, por lo menos como actor. Y él lo debe saber, lo debe saber porque cuando salió, junto con el resto del elenco, a recibir los aplausos del público, cuando se recuperó y nos vio de frente, cuando vio a su público, sonrió como solo sonríen quienes saben que lo han dado todo y han hecho un buen trabajo, como solo sonríen quienes están satisfechos, orgullosos de lo que han logrado. Él también lloraba. E imagino que esto se repite cada vez que se presenta, cada noche. Lo imagino y lo espero, porque un trabajo como ese debe ser valorado. La noche del martes 29, estoy segura, todos los que estábamos ahí lo hicimos. Ojalá los días anteriores y los días que le siguieron también lo hayan apreciado.

Y tú, querido lector imaginario, si puedes, si la obra sigue ahí, ve a verla. No sé si llores, no sé si te mueva tanto como a mí, pero sí te hará pensar, sí te hará comprender un poco mejor el tema. Porque el envejecer, el envejecer con aquella enfermedad, puede ser realmente duro. Cuando se trata de nuestra mente, de nuestros recuerdos... pues podría empezar a escribir una nueva nota solo de eso.

Hoy solo quería contarte de la obra y, de paso, dejar un registro de que un día fui a verla y sentí todo lo anterior. Ya sabes, por si lo olvido después.

domingo, 6 de agosto de 2017

La procesión infinita (y la ciudad)

Lo siento, querido lector imaginario, no podía evitar dejarte un fragmento más de La procesión infinita de Diego Trelles Paz, un fragmento que encontré increíble (y no contiene spoilers, te lo juro, así que lee tranquilo nomás):


[...] Transpuesta la última barra electrónica, el primer anuncio del delirio automovilístico de Lima es una estampida furiosa de custers, combis, taxis, buses, motos y carros particulares que rodean y atraviesan el óvalo de Faucett en distintas direcciones al mismo tiempo. Todo está permitido: meter la trompa del vehículo y cerrar el paso, pasar del carril extremo de la izquierda al de la derecha acelerando en diagonal, detenerse en cualquier lado de la avenida el tiempo que se estime conveniente, subirse a las veredas, a las bermas con jardines, a las ciclovías, a los parques, a donde lleguen las ruedas, comerse todos y cada uno de los semáforos o simplemente quedarse quieto esperando pasajeros mientras la luz verde agoniza, tocar la bocina frenéticamente, una, dos, cinco, diez, veinte veces mientras gritas y golpeas y amenazas y bajas del auto con el fierro de la gata dispuesto ya a romper, a quebrar, a chancar, a destruir, a asesinar a quien sea, por lo que sea, así venga la policía, ¡qué mierda!, tú a la policía te la pasas por los huevos, tombo conchatumadre, aquí yo hago lo-que-chucha-me-dé-la-gana, qué mierda quieres, ¿ponerme una papeleta?, ponme cinco si quieres, igual no las pago, huevonazo, y aprietas y aceleras y chocas y atropellas y te das a la fuga y todos vieron pero nadie vio porque si pasa y tienes bille, arreglas, trabajas, ofreces, coimeas, la libras, la olvidas, se olvidan, no saben, no opinan, la vuelves a hacer, todo se puede porque el mundo es ancho e impune cuando enciendes un vehículo y te lanzas sobre las pistas cementerio de las calles de Lima.

Quizás es por eso que los peatones no confían cuando el Chato respeta el PARE y, con la mano barriendo el aire, los invita a cruzar por delante con una sonrisa. Éste está cojudo. Éste está loco. ¿Qué le pasa? Si avanzo, me mata. Si le creo, acelera y me arrolla. Porque aquí es así, lo sabemos todos, es ley-no-escrita: primero el carro, segundo el carro, tercero el carro, cuarto el carro y así hasta el infinito. El que confía muere. En Lima hay que tener ojos en la cabeza y en las orejas por si te embisten por detrás o te levantan de lado. Nadie está libre [...].

La cita sigue, pero te voy a dejar con la miel en los labios. Lee la novela, en serio; te va a gustar. Y sí, sí tengo un pequeño cuaderno en donde copio las citas que más me gustaron de algunos libros. Aquí solo te copio algunas pocas. Ahí tengo muchísimas más.

La procesión infinita (y un querido diario)

Terminé de leer La procesión infinita, querido lector imaginario, y cumplió todas mis expectativas y las superó, that much I can say. El libro es genial; te lo recomiendo muchísimo. Y aunque en la dedicatoria que el autor escribió en la carátula de mi ejemplar hizo referencia a una "historia de amor si redención", yo diría que más que una historia de amor se trata de una historia de amores, en plural, porque son varios los personajes, todos bien desarrollados, todos relevantes, los que de una manera u otra llegan a experimentar alguna forma de amor.

 

¡Y vaya forma de cerrar el círculo en los últimos capítulos! No voy a soltar ningún spoiler, querido lector imaginario, porque quiero que disfrutes el libro de la misma manera en que yo lo hice. Lo único que voy a hacer, como siempre, es compartir contigo un par de fragmentos que me gustaron y que, creo, también te pueden interesar (son spoiler-free, I swear). Uno es este:

Y así, pues, querido diario, creo que entendí lo que la maestra Espergesia me estaba diciendo. No importa qué hagas o quién seas. No importa si tienes dinero o eres pobrísima. No importa si has estudiado o nunca pusiste un pie en la escuela. La literatura es como una fiebre inesperada que llega y se queda, una enfermedad muy bonita y muy dolorosa que toma tu cuerpo y tu mente y te esclaviza y a ti no te importa porque disfrutas de ese sometimiento. Antes me daba mucha vergüenza dedicarles tanto tiempo a los libros [...], pero ahora, gracias a la maestra Espergesia, negarlo sería negar aquello que me conmueve y me da vida y me pone feliz, ¿me entiendes?

Y otro es este:

Se qué ya no debería tratarte de "tú" pero siempre lo hice. Es un poco como en la ficción aquí: tenemos un estilo, ésa es nuestra voz y, digan lo que digan, no podemos traicionarla. Si cambiara ahora, imagínate, sentiría que estoy hablándole a otro, y no quiero.

Como te habrás dado cuenta, esta voz, una de las tantas voces que Trelles desarrolla, me da la excusa perfecta para seguir dirigiéndome a ti como mi querido lector imaginario. Y, además, estos fragmentos reafirman lo que ya pensaba sobre la literatura; no necesito decir mucho más. La procesión infinita es una novela bien lograda y no creo equivocarme al decir que, con ella, Trelles se termina de consolidar como uno de los escritores más importantes de esta generación (¿se puede hablar de una generación?). En esta novela se siente la influencia de Bolaño por todas partes: el eco de Los detectives salvajes resuena en todas las páginas, pero es una influencia buena, una que multiplica el potencial de la novela, que no le quita originalidad. Y si bien por partes sentí un fuerte aroma a Travesuras de la niña mala, de Varguitas, creo que se debió solo a la elección del tema (después de todo se trata de una novela de amor, o de amores, que se desarolla en muchas partes del mundo), porque Trelles tiene ya una voz propia, una voz que expresa mucho y que, créeme, sabe narrar.

martes, 25 de julio de 2017

Escritores buena onda (y una tarde en la FIL)

En la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL, para los amigos) no solo se venden y se compran libros. La FIL también es un espacio de encuentro y diálogo para quienes gustan de la literatura, el arte, la edición y las políticas culturales, espacio que este año decidí aprovechar. Así, en lugar de ir un par de veces solamente, opté por inscribirme en las Jornadas Profesionales que, además de permitirme participar en eventos especiales dirigidos a los "profesionales de la cadena de valor del libro", me permiten ingresar libremente, todos los días, a la FIL.

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Maravilloso, ¿no? El único problema de una entrada ilimitada al lugar que concentra la mayor cantidad de libros, libreros y librerías de la ciudad, en mi caso particular, es que corro el riesgo de gastar demasiado (solo recuerda cuántos libros compré solo en el primer día de la FIL de hace dos años). Pero no me preocupa mucho. Es decir, sí, sí me preocupa porque el dinero no me sobra. Pero creo que si tengo que gastar de alguna u otra forma lo poco que gano, gastarlo en libros es una de las mejores formas de hacerlo (la otra es en viajes, por supuesto).

Así, este domingo 23, fui a la FIL con una meta concreta en mente: conseguir el nuevo libro de Diego Trelles Paz. Lo hice, además de comprar algunos otros libros, y luego me dirigí a uno de los eventos que había llamado mi atención en el infinito catálogo de la FIL que previamente había estudiado y resaltado: Las nuevas migraciones. Diálogo entre Antonio Ortuño, Diego Trelles y Juan Sebastián Cárdenas.



Este evento tenía como propósito discutir la relevancia o irrelevancia de la experiencia cosmopolita de los narradores contemporáneos al momento de escribir. Diego Trelles (peruano que vivió por varios años en Estados Unidos y que vive en París actualmente) empezó con una pregunta para los otros dos ponentes, Juan Sebastián Cárdenas (colombiano que hizo su vida en España) y Antonio Ortuño (mexicano que, al contrario de los dos primeros, vivió toda su vida en Guadalajara): ¿Se está repitiendo la experiencia de los escritores del boom con los nuevos narradores latinoamericanos? A mí este tema me interesa muchísimo, pues esta suerte de cosmopolitismo es efectivamente una característica que he podido encontrar en muchos de los más recientes narradores peruanos. De hecho, Trelles luego llevó la discusión a la existencia o no de una generación de nuevos narradores latinoamericanos: ¿Se ha perdido la idea de generación en la actualidad? ¿Qué es aquello que nos une como escritores latinoamericanos?

No voy a abordar todos los puntos discutidos, por supuesto, porque para eso debiste asisitir a la charla, querido lector imaginario, pero sí me llamaron la atención varias afirmaciones que surgieron durante los cuarenta y cinco minutos que duró el evento (que quedaron chiquitos). Cárdenas, por ejemplo, nos recordó cómo el periodismo y la academia son los dos grandes refugios de los escritores. Ortuño, por otro lado, explicó cómo para él la relación que en la actualidad tenemos con la generación del boom es muy parecida a la que tenemos con los Beatles o los Rolling Stones, pues de alguna manera todos los tenemos incorporados en nuestro imaginario mental, incluso si no los hemos leído con cuidado, incluso si no los hemos escuchado. Trelles, además de comentar todo esto, mencionó algo que me permitirá abordar un nuevo tema a continuación (y que tiene que ver con el título de esta entrada, dicho sea de paso): para él, en comparación con la generación del boom, se ha perdido la imagen del escritor como la de un rock star, como la de un personaje lejano al público lector.

A Diego Trelles Paz yo lo empecé a leer a partir de una recomendación que un compañero de la Maestría en Literatura en San Marcos me hizo. Y me encantó desde un principio (solo recuerda este pequeño fragmento que te dejé el año pasado). De hecho, a partir de la lectura de los libros de Trelles, recuperé cierta esperanza sobre los escritores peruanos contemporáneos (aunque suene algo antipática, admito que pensaba que no había literatura actual buena y seguía leyendo a autores de generaciones anteriores, a autores ya consagrados). Así descrubrí, por ejemplo, a Francisco Ángeles, otro escritor que me gusta mucho y de quien espero escribir algo en este blog pronto. Y también descubrí a otros autores peruanos que me parecieron buenos, aunque Trelles y Ángeles siguen encabezando la lista, por lo menos para mí. Entonces, el año pasado, después de haberlo ya leído, fui a una charla en la AntiFIL a la que iba a ir Trelles. No sabía si acercarme a él o no al final de la charla, porque en general soy muy torpe y no quería hacer un papelón (después te tengo que contar, querido lector imaginario, sobre el incidente que tuve con Jeremías Gamboa; te vas a reír). Pero al final me animé (mis amigos me animaron) y me acerqué a él con tres libros suyos que tenía en mis manos. Y, aunque torpe, el pequeño intercambio de palabras que tuve con él fue bastante bueno. No solo me firmó los tres libros (en cada uno de ellos escribió una dedicatoria diferente) sino que además me dijo que cuando terminara de leer Bioy, que entonces todavía no había leído, le escribiera, para conversar más (entonces mi proyecto de tesis de la Maestría lo tenían a él y a Ángeles como objetos de estudios principales, y le había comentado eso). Es más, accedió a tomarse una foto conmigo (idea que no fue tanto mía sino más de los amigos que me acompañaron). Y fue tan buena onda que vio si la foto había salido bien y me dijo, con toda la confianza del mundo, como si nos conocieramos, que nos podíamos tomar otra que saliera menos borrosa (eso no lo hacen ni mis amigos). La impresión que tuve de él, más allá de la que ya tenía a partir de sus trabajos, fue que era una persona increíblemente gentil y, lo repito, buena onda. No era para nada un rock star.


No le escribí cuando terminé de leer Bioy, como dije que lo haría, porque el libro me encantó pero no sabía exactamente qué decirle: no solo mis proyectos sobre mis estudios de posgrado habían cambiado sino que, una vez más, temía hacer un papelón (en serio recuérdame, querido lector imaginario, que debo contarte lo que pasó con Gamboa; es muy gracioso). Recién este año, hace varias semanas, me animé a escribirle un mensaje por Facebook para decirle que Bioy me había efectivamente encantado y que en general él me parecía un escritor muy bueno. Y él muy amablemente me respondió. Y eso me pareció y me parece genial. No solo porque no fui dejada en visto (un poco lo esperaba, porque él obviamente no me tiene como contacto), sino porque de nuevo rompió con esa imagen que antes se tenía de los escritores como rock stars.

Este domingo 23, como decía al inicio, fui a la FIL con la esperanza de conseguir su nueva novela (que ya se está agotando a pesar de recién haber salido a la venta) y de asistir a la charla sobre las nuevas migraciones, que de por sí me interesaba mucho. En la agenda también estaba, si era posible, acercarme a Trelles de nuevo para pedirle que firmara mi libro. La presentación oficial se llevará a cabo recién el 30 de julio (este es el enlace del evento, para más detalles), pero imaginé e imagino todavía que ese día habrá mucha gente y se formará una cola larga para conseguir su firma, así que quería aprovechar esta oportunidad. Y Diego Trelles, una vez más, volvió a ser buenísima gente. No solo firmó mi libro y el de otro señor que también se había quedado al final de la charla sino que, además, cuando le dije, muy torpemente, que era la chica de la AntiFIL del año pasado (sí, esas fueron las palabras que usé, qué vergüenza), se acordó. "Claro, incluso nos tomamos una foto si no me equivoco", dijo.

La procesión infinita y otras compras.

La nueva novela de Trelles se titula La procesión infinita y tengo altas expectativas. Justamente en el evento de la AntiFIL del año pasado leyó algunos fragmentos del que entonces era todavía un borrador de la novela y sonaban bastante bien. Ya te contaré después mis impresiones, querido lector imaginario, cuando termine de leer el libro. Esto si tengo tiempo, por supuesto, porque ni te imaginas lo atareada que estoy estos días con mil y un proyectos (de esto otro puede que te cuente también después). Lo que sí sé es que siempre voy a tener tiempo para la Literatura, siempre me voy a hacer tiempo, sí o sí. Y siempre voy a tratar de leer buenos libros y me voy a preguntar por lo que hay detrás, por los autores, por los editores, por las formas en que se producen y distribuyen estos hermosos objetos culturales, y por la forma en que son recibidos y leídos y por qué. Como investigadora, voy a seguir leyendo a Trelles y a otros autores y voy a seguir prestándole especial atención al contexto en que escriben y publican, porque quiero entenderlo y darle forma; ojalá lo logre algún día. Y como lectora voy a seguir leyendo a Trelles y a otros autores porque me gusta leer ficciones, buenas ficciones, y voy a seguir yendo a conferencias cuando pueda, y voy a seguir pidiéndoles, si se puede, de manera torpe, no importa, porque así soy, que firmen mis libros, porque es algo que valoro un montón. Si en esta nueva generación de narradores latinoamericanos se ha perdido efectivamente la imagen del autor como rock star, por las nuevas teconologías, por la posibilidad del contacto directo entre lectores y escritores a través de, entre otras cosas, las redes sociales, entonces me atrevo a decir que es algo bueno; sobre todo si el producto de este viraje son escritores buena onda como Trelles, dispuestos a escuchar a sus lectores siempre, accesibles, abiertos al diálogo y a la crítica, y, lo más importante, que hacen todo esto sin que sus obras pierdan un ápice de calidad.

lunes, 10 de julio de 2017

El mejor alcalde de todos los tiempos

Captura de pantalla de la página en francés de Wikipedia; creo que esta es una descripción mucho más honesta de nuestro alcalde que la que aparece en español.

Hace más de dos años le escribí una carta abierta a Luis Castañeda Lossio, porque acababa de ser testigo de cómo, mientras la gente en Lima literalmente moría en accidentes de tránsito que podían ser evitados, lo único que él hacía era defender su decisión de borrar los murales del centro de la ciudad (seguramente recuerdan qué color usó para taparlos).

Pero en aquella carta hacía una salvedad. Decía, al final, que aunque el caos que se estaba generando bajo su gestión había cobrado vidas, no iba a ir tan lejos como para echarle a él directamente la culpa... Hoy retiro lo dicho.

Las muertes de hoy, las muertes de hace unos días, las muertes de aquella vez, todas son su culpa, su culpa directamente, suya y de algunas personas más. Usted, señor alcalde, no solo roba sin hacer obra, no solo nos hace más difícil la vida, también está matando gente al hacer mal uso del cargo para el cual fue elegido. Usted, estimadísimo Luis Castañeda Lossio, no tiene sangre en la cara, ya todos lo sabemos, pero sí la tiene en las manos, y espero verlo pagar. Espero, tarde o temprano, verlo tras las rejas. Espero, como el criminal que es, verlo cumplir una sentencia. No importa si tengo que esperar sentada. No importa si yo misma lo tengo que ir a denunciar. Esto ya es demasiado. Y usted... usted no merece ni el usted.

sábado, 24 de junio de 2017

La ciudad y los perros (y la historia del libro)

Si me lo preguntaran, diría que la mejor novela de Mario Vargas Llosa es Conversación en La Catedral, sin lugar a dudas. Es tan genial esta novela que solo por ella su autor sigue siendo, para mí, uno de los mejores escritores de la lengua española, a pesar de que sus últimos libros hayan dejado mucho que desear (si has leído el más reciente, querido lector imaginario, seguro has quedado también bastante decepcionado). Otra novela suya que me parece estupenda es La ciudad y los perros, su primera gran novela, la novela que lo llevó a la fama y lo consagró como escritor. Yo la leí por primera vez hace ya bastante tiempo, no recuerdo si en mis primeros años de universidad o si en mis últimos años de colegio. Pero luego la olvidé y solo pasó a ocupar un lugar más en mi biblioteca, hasta que, el año pasado, dos motivos hicieron que volviera a sacar el libro del estante y reviviera la historia del Jaguar, el Esclavo y el Poeta.

Uno de esos motivos fue que vi la película dirigida por Francisco Lombardi, también titulada La ciudad y los perros, de 1985. Sí, recién el año pasado la vi. Sabía que existía, sabía que era buena y tenía la intención de verla algún día (cuántas cosas queremos hacer algún día, ¿no?), pero recién el año pasado, una tarde, me senté a verla con un amigo en YouTube. Y me encantó. En mala resolución y dividida en 10 o 12 partes como estaba, la historia del grupo de alumnos del Leoncio Prado logró capturar mi atención por completo y me hizo querer volver a leer el libro que recordaba pero recordaba muy mal. El segundo de esos motivos fue la aparición de un excelente libro sobre aquella obra, La ciudad y los perros: biografía de una novela, del historiador Carlos Aguirre. Compré el libro por interés personal, porque mi área de investigación preferida es la historia del libro o de la lectura, pero no quería empezar a leerlo sin tener primero fresco el recuerdo de la novela en torno a la cual giraba el estudio.

La edición de La ciudad y los perros que tengo en casa.

Mi lectura de La ciudad y los perros, esta vez, no solo fue mucho más madura en muchos sentidos (me di cuenta de que algunas escenas ni siquiera las había entendido la primera vez), sino que, después de haber leído tantas obras de Vargas Llosa, sentía que podía ubicar a esta su primera novela en un contexto y tiempo justos, algo que no hubiera sido capaz de hacer años atrás. Y coincidentemente, mientras la leía, encontré en la Facultad de Humanidades de San Marcos, donde cursaba la Maestría en Literatura el año pasado, otro libro que hacía alusión a ella: El cadete Vargas Llosa: la historia oculta tras La ciudad y los perros, de Sergio Vilela. Este texto, a manera de crónica, exploraba cuánto de realidad hay en la ficción que es aquella novela. Y disfruté su lectura enormemente. Pero el libro de Carlos Aguirre, que pretendía leer después del texto de Vilela, se quedó varios meses más en la lista de espera, porque pronto el trabajo y la tesis y la vida en general hicieron que dejara a un lado, temporalmente, las lecturas por placer. Así que recién ahora que tengo más tiempo, hoy, de hecho, en solo dos días, lo acabo de terminar de leer. Y sinceramente, querido lector imaginario, te puedo asegurar que es un libro magnífico.

Arriba, el libro de Carlos Aguirre; su carátula es asombrosa. Abajo, el de Sergio Vilela y otros libros también sobre Vargas Llosa.

Es historia, sí, porque Carlos Aguirre es un buen historiador y Biografía de una novela es un excelente ejemplo de un buen trabajo dentro del campo de la historia del libro o de la lectura. Y no solo está excelentemente escrito, sino que, y esto lo puedo decir desde mi propia experiencia como historiadora e investigadora (ahora que ya saqué el título puedo darme el lujo de decir eso), es una muy buena investigación. Es rigurosa, es consistente con sus fuentes y cumple en todo momento con lo prometido al inicio. Y no deja cabos sin atar, en el sentido que explora todas las interrogantes que se presentan en frente, incluso aquellas que carecen de respuesta contundente. Pero mi interés no es reseñar el libro (sí, quizás, recomendarlo), porque reseñas mejores y más extensas ya existen (te dejo aquí una reseña que se publicó en la revista en donde yo trabajo). Lo que quiero hacer es contarte por qué a mí, a mí de manera particular, me gustó.

Para comenzar, junta los dos temas que más me gustan y los trata como uno solo: la literatura y la historia. Este no es un trabajo literario, es un trabajo histórico, eso lo tengo clarísimo, pero su objeto de estudio es uno que me apasiona y siempre me ha interesado: la novela misma como creación y producto, y el mundo editorial que está detrás de la obra y del autor. Adoro el mundo editorial. Mi trabajo siempre ha estado vinculado directamente con este (primero en un fondo editorial y ahora en una revista académica) y, en más de una ocasión, ha sido también mi objeto de estudio (mi tesis de Licenciatura la hice sobre la cultura impresa en la independencia). Entonces un libro como el de Carlos Aguirre me muestra que es posible hacer investigaciones de este tipo, buenas investigaciones, y aprovechar mi formación como historiadora sin necesariamente sacrificar mi interés por las obras literarias, los autores y el contexto que está detrás. Obras como estas me recuerdan que la Historia es la más interdisciplinaria de las disciplinas y que realmente se puede, y se debe, estudiar a la Literatura en todas sus dimensiones, y que yo también, aunque no haya estudiado Literatura, desde mi propio campo tengo algo que aportar. El trabajo de Carlos Aguirre es un verdadero trabajo detectivesco que me hace sentir que los historiadores también podemos ser chéveres... Y sí, yo sé cuán poco chévere fue decir eso.

Pero volvamos a Vargas Llosa.

El estante que agrupa los libros que tengo del escribidor.

Mi querido Varguitas es un autor que ciertamente ha marcado mi forma de leer y concebir la Literatura, no lo puedo negar. Su pasión por la vocación de escritor, sobre la que ya he escrito un par de veces antes, me inspira muchísimo, y tengo la teoría de que también ha inspirado a muchísimos otros jóvenes y que incluso ha influido en su manera de escribir (por aquí te dejo un comentario sobre la novela de Jeremías Gamboa en el que desarrollo algunos de estos argumentos). Por ello, libros como el de Sergio Vilela y, sobre todo, el de Carlos Aguirre son realmente interesantes. Muchos son los trabajos que se escriben desde el campo de la Literatura; el análisis de la obra, de la obra como texto, de la forma y contenido, es necesario e importante. Me encantaría algún día tener la formación y experiencia necesarias para realizar un trabajo de aquellos, de hecho. Pero estos otros trabajos que abarcan más bien aspectos metaliterarios, que exploran la cultura del impreso y todo lo que involucra el maravilloso mundo editorial (incluso en el Perú, en donde este todavía está en pleno desarrollo y crecimiento), son también de suma importancia y se han investigado poco. La historia del libro o de la lectura en el Perú, que tan bien han trabajado historiadores como Robert Darnton y Roger Chartier para Francia, por ejemplo, tiene todavía un largo camino por recorrer. Carlos Aguirre con su Biografía, en ese sentido, ha dado un gran paso.

Y Varguitas. Ay, Varguitas. Tu última novela, Cinco esquinas, realmente me decepcionó. Tanto así que en vez de marcar las páginas que me gustaron, como normalmente hago con mis libros, para poder volver a ellas después, marqué las que, según mi criterio, prueban que con esta novela realmente no tuviste ningún cuidado. Pero bueno, como dije al inicio, después de haber escrito obras como Conversación en La Catedral y La ciudad y los perros nadie podrá jamás decir que eres un escritor malo. Tu Nobel, aunque a muchos no les guste, te lo tienes bien ganado.

martes, 20 de junio de 2017

Decir adiós

Me compré un nuevo celular hace un par de semanas, como regalo de mí para mí por haber terminado y sustentado (por fin y con bastante éxito) mi tesis de licenciatura. Y, mientras vaciaba la información de mi antiguo Samsung J2 a mi nuevo Motorola G4 Plus (lo siento, quería aprovechar esta oportunidad para presumir un poquito), encontré algunas notas que había escrito hace ya bastante tiempo. No quise simplemente borrarlas, porque aunque lo que sentía y pensaba cuando las escribí ya no lo siento y pienso más, por lo menos no con la misma intensidad, algunas de ellas todavía me parecen muy bonitas, porque reflejan episodios de mi vida que, aunque no siempre fueron color de rosa, siguen siendo parte de mí, parte de mi historia personal. Así que hoy quiero compartir contigo, querido lector imaginario, una de aquellas notas de hace varios meses atrás (o años, nunca lo sabrás):

Lo voy a extrañar. Sí. Y está bien. Porque ya sé cuál es el proceso. Primero mucho, como ahora, ahora que tengo ganas de pasar más tiempo con él y de ir, volver, ahora que sigue tan cerca. Después un poco menos, porque tengo cosas que hacer y mi mente ya no se puede dar el lujo de pensar todo el día en él. Y después aun menos, porque poco a poco me iré olvidando, pronto ya no recordaré qué se siente tenerlo cerca, qué se siente hablarle, sentiré que la vida está bien y que la vida basta y es buena así como es. Y volveré a sentirme bien porque él será de nuevo solo una idea. Algo más que un recuerdo. Un personaje de un libro que leí. Y olvidaré este momento, aunque ahora lo dude, porque la vida volverá a ser una vida en la que no existe X, en la que X es solo un nombre de un personaje de ficción.

Se despidió con un abrazo, un abrazo torpe, uno que esta vez él me dio a mí y yo parecía no querer responder. Me hubiera gustado abrazarlo más fuerte, responderle, acariciar su nuca y sentir mis ojos húmedos en su hombro, y decirle que se cuidara mucho, muchísimo, y alejarme un poco y sonreírle y ver también su sonrisa y saber que lo iría a extrañar, que lo iría a extrañar mucho, pero que en ese momento las cosas estaban bien.

Pero las historias no son así. Raramente lo han sido. Me despedí de él con un abrazo torpe y un take care también torpe porque estábamos con su amigo y su amigo solo hablaba inglés.

I love him. I truly love him. Pero, como dice Eponine, only on my own; no debo nunca olvidar eso. Lo que debo hacer es olvidarlo a él de nuevo, esta vez por completo.

Ese X tiene un nombre y apellido en la nota original, por supuesto, pero X mismo me pidió que, si algún día me tocaba hablar de él, utilizara otro nombre (él me sugirió José Antonio Manuel de las Casas y de la Puente, o algo por el estilo, pero creo que esta vez solo dejaré el X, para ahorrar espacio). Y la vida, pues, qué te digo, querido lector imaginario, la vida efectivamente es buena todavía y las cosas siguen bastante bien. Mejor que antes de hecho. Porque sí, alejarte de las personas que quieres duele, pero el dolor pasa y quedan las experiencias y cada uno decide qué hacer con ellas. Yo decidí que quiero un mundo mejor, porque nuestro mundo es una mierda. Decidí que, desde lo que yo sé hacer, desde lo que yo puedo hacer, lucharé siempre por hacer del mundo un lugar más aceptable, un lugar en el que se pueda vivir bien. Y en el camino voy a ser feliz, muy feliz. Ojalá tú también lo seas.

martes, 9 de mayo de 2017

La gran ventana

Estaba conversando con una amiga finlandesa que ha tenido la oportunidad de vivir tanto aquí, en Lima, como en Ciudad de México. Y me decía que, aunque ambas ciudades (y países) le encantaban, no se imaginaba viviendo de forma permanente en la capital mexicana. ¿Por qué? Demasiado caótica, demasiado poblada, demasiado todo-aquello-que-no-es-Finlandia. Yo, por supuesto, le dije que, en ese caso, tampoco podría seguir viviendo en Lima, que era igual de desordenada. Pero ella me dio una respuesta que me dejó pensando hasta ahora:

Sí, es cierto, Lima se parece mucho a Ciudad de México, pero tiene el mar. Y cuando sientes que ya es demasiado, puedes ir al mar y, no sé, respirar.

Y sí, es muy cierto. Yo, que soy muy crítica con Lima (y con su inepto y corrupto y conchudo alcalde), reconozco, como historiadora (qué lindo suena eso, ¿no?), que Lima es una ciudad maravillosa, llena de historia, llena de magia y un pasado que realmente sorprende si se quiere conocer bien. Pero así como Lima es, para mí, desde un punto de vista histórico, la ciudad más importante de América del Sur, Ciudad de México es, también desde un punto de vista histórico, la ciudad más importante de toda América. Sí. Las dos capitales virreinales más importantes de la época colonial, Lima y México, eran el centro de poder y cultura de Hispanoamérica y, si tengo que decidir cuál era más importante, por su antigüedad y también por ciertos temas culturales, diría que México, por más que a Lima la lleve siempre en mi corazón.

Pero de México, capital de la antigua Nueva España, ya solo quedan pocos rastros en Ciudad de México, capital de México, el país actual (al igual que de Lima, Ciudad de los Reyes, ya solo quedan fantasmas en Lima, la gris). El caos y los malos gobiernos se han apoderado de estas hermosas capitales y, para quien no mira cuidadosamente y se interesa por las maravillas históricas que cada una de estas ciudades todavía guarda, solo serán visibles la poca planificación urbana, el tráfico y, por supuesto, la terrible inseguridad. Y la vida en ciudades como estas es difícil. Yo, que tuve la oportunidad de visitar México hace más de un año, me quedé maravillada con su capital, por todo lo que ya he mencionado, pero no me imaginé viviendo por un periodo largo ahí (como sí, en cambio, me encantaría vivir en Londres o en París). Y si bien estoy relativamente tranquila con mi vida en Lima (aunque a veces siento que cada día es una pelea contra ella misma), pues sí comprendo que, para alguien que ha crecido y vivido en un ambiente completamente distinto al de Lima o Ciudad de México (¿qué puede ser más opuesto a nuestro caos diario que el orden y la tranquilidad de Finlandia?), resulte todavía difícil, por más que ya haya transcurrido bastante tiempo, acostumbrarse a la vida aquí.

Y por eso el comentario de mi amiga me dejó pensando. Sí, Ciudad de México, al igual que Lima, es una ciudad fascinante. Pero es caótica, como Lima también lo es. ¿Qué tenemos nosotros aquí que no tienen allá que la hace un poquito más soportable?

El mar.

Lima, aunque quizás desde un punto de vista estratégico no fue la mejor decisión, se fundó muy cerca del mar. Y, como me decía Karo, mi amiga finlandesa, en Lima siente que, incluso cuando ya es mucho, cuando el caos y el tráfico y la inseguridad y la general hostilidad de la gente acostumbrada a vivir en capitales parecen sobrepasalo todo, puede ir al malecón o a la playa misma y simplemente inspirar hondo y exhalar.

   

Y sí. Aunque yo no soy consciente de ello todo el tiempo, Lima tiene una gran, graaan ventana hacia donde mirar cuando mirar hacia dentro ya no es bonito. Chorrillos, Barranco, Miraflores, San Isidro, Magdalena, San Miguel... tenemos una gran ventana para sacar la cabecita un rato de esta Lima caótica y recordar que el mundo es grande y que fuera de este pequeño laberinto existe todavía cierta paz.
 

Cuánta razón tiene Karo. Ciudad de México es una ciudad que históricamente tal vez le sigue ganando a Lima y algún día quisiera regresar a ella y terminar de conocerla porque el par de días que estuve por ahí no fue suficiente para explorar bien una ciudad tan rica y tan bella... Pero Lima, mi querida y odiada Lima, tiene el Pacífico a sus pies.


Tal vez Pizarro (el conquistador, no el jugador, es obvio) no metió la pata después de todo y pensó que, en algún momento, cientos de años más tarde, los habitantes de la Lima que estaba fundando necesitarían una ventanita, un pequeño plan de escape, y dirigió su mirada hacia el oeste y pensó:

Esta vista no está tan mal.

Y no, no lo está.

martes, 18 de abril de 2017

Tea and Consent: sobre la chica violada en la discoteca

Sobre la chica violada en la discoteca... sí, porque, lo primero que tenemos que tener claro, querido lector imaginario, es que aquello se trató de una violación. El video que hace varios días se hizo viral no muestra una presunta violación... muestra una violación. Punto. Porque no importa si el chico era su flaco o su futuro esposo, ella no dio su consentimiento y tener relaciones sexuales con alguien que no te ha dado su expreso consentimiento, en cualquier parte del mundo, constituye una violación. Punto. Y aunque a muchos todavía les cueste entenderlo, yo sé que a ti no, querido lector imaginario, yo sé que tú sí entiendes la gravedad del asunto, yo sé que tú no le estás echando la culpa a la chica, yo sé que tú no te estás burlando. Pero si conoces a personas que sí, por favor muéstrales el siguiente video; te lo dejo en inglés (arriba) y en español (abajo).
 


Muy claro, ¿no? Si no hubo consentimiento, como en el caso de la chica, entonces se trató de una violación. El video en sí, el de la discoteca, no pude verlo, te cuento. Pero no me digas que cómo me atrevo entonces a comentar la noticia sin siquiera haber revisado la fuente principal... Como te digo, querido lector imaginario, los hechos son claros: la fuente existe y tú, si quieres, la puedes buscar, pero yo aquí no te la voy a dejar. No es necesario seguir incentivando el morbo. Te cuento que tampoco podía, al inicio, leer la noticia completa. Las notas que aparecían en Twitter y Facebook me daban una idea de qué se trataba, pero cuando empezaba a leer... no podía, me ganaba el asco, sentía ganas de vomitar. Y no, no es un recurso artístico, no estoy intentando causar más impacto al decir que la noticia me dio tanto asco que me produjo ligeras arcadas... ¿No te las produjo a ti? ¿Una chica violada en una discoteca frente a varias personas que no hacían nada, que solo filmaban? ¿En qué clase de sociedad vivimos? No quise y no quiero ver el video... puede que las arcadas me las aguante pero no las ganas de llorar.

Y es que, querido lector imaginario, este tema me toca de una manera personal. Cuando leí la noticia, al principio, no entendía por qué esta en particular, de todas las que a diario circulan, terribles todas, asquerosas todas, por qué esta me produjo más indignación y asco que las demás. Pero después entendí. Yo pude haber sido esa chica. Sí. Y qué rabia sentirse tan débil y tan sola en el mundo. Qué rabia y qué asco que una violación les parezca a todos algo tan normal.

Pero, María Claudia, qué hablas, claro que no, tú jamás te hubieras expuesto de ese modo, tú jamás hubieras tomado tanto, tienes que reconocer que esa chica se expuso, no estoy justificando nada, pero tienes que aceptar que...

Bueno, querido lector imaginario, yo he tenido suerte. Yo he hecho muchas cosas estúpidas en mi vida, yo también me he expuesto, y mucho, pero he tenido mucha suerte. Yo aprendí a la mala. Sí, a cocachos y bastante tarde. Pero cuando lo miro en retrospectiva solo vuelvo a pensar eso... cuánta suerte. En algún momento de mi vida hubiera pensado que una noticia como esta era un caso aislado... real, sí, y horrible, por su puesto; pero un caso raro, lejano, que no era común y que, si sucedía, la gente, como yo, iba a encontrarlo anormal, iba a condenarlo. Pero no es así. Lo que le sucedió a esa chica, sea quien sea, es algo común, es algo que una gran mayoría encuentra aceptable... solo fíjate en los comentarios que genera la noticia en Facebook. Violar a una chica que perdió el conocimiento por exceso de alcohol no está mal para muchos. Ni siquiera lo consideran una violación. Y eso es asqueroso. La idea de que una violación pueda ser aceptable, la idea de que pueda ser justificada... ¿En serio vivimos todavía en una sociedad así?

Cuando pienso en esta noticia pienso en mi propia vida porque el mundo en el que aquella chica vive no es en nada diferente a aquel en el que vivo yo. Piénsalo, querido lector imaginario, los chicos (y por chicos quiero decir chicos y chicas) que fueron testigos de aquella violación, que la grabaron, ¿acaso no viven también en Lima como yo?, ¿acaso no frecuentan los mismos lugares que yo?

Pero, María Claudia, tú jamás frecuentarías a ese tipo de gente...

Y tú como sabes. Y tú cómo sabes que uno de esos chicos, los que violan, los que pueden ver una violación sin reaccionar, no va a estar en una fiesta en la que yo pueda estar también. A menos que se trate de alguien que viva en un convento (y eso...), pues realmente nadie puede decir que vive en un mundo diferente al de aquella chica, que no le puede pasar algo similar. Yo sé que yo pude haber sido esa chica. Yo sé que hay muchas más.

Esta noticia, querido lector imaginario, me dio asco. Me indignó, me dio rabia, me puso triste y despertó muchas otras emociones en mí... pero sobre todo me dio asco. A veces, especialmente cuando las cosas van bien y parece haber cierta esperanza, olvido que vivimos en un mundo asqueroso, en un mundo en donde la gente está acostumbrada a aceptar lo que no debería ser aceptado, a acomodarse como mejor pueda e ignorar al resto, pero luego noticias como esta me jalan de vuelta a la realidad. Pero está bien, porque aunque sea feo y triste ser consciente de lo enfermo y podrido que está el mundo, si no lo estamos, entonces cómo lo vamos a cambiar. Y yo sé, yo sé que el mundo no va a cambiar de la noche a la mañana, no soy tan ilusa... pero tal vez una sola persona, una sola, sí logre hacerse preguntas, tal vez una sola empiece a cuestionarse si lo que pensaba antes estaba bien. Yo sé que probablemente muchas chicas más van a seguir pasando por situaciones parecidas (y la idea me enferma y me indigna), pero imagínate, imagínate, querido lector imaginario, que puedas evitar que una sola de ellas sea forzada a hacer algo que no quiere, imagínate que solo uno de los chicos que filmaba ese video que luego se volvió viral hubiera reaccionado correctamente... Hay cosas que sí podemos cambiar. 

Yo, querido lector imaginario, aprendí a la mala y no tienes idea de la suerte que tuve. Porque descubrir que el mundo era así me dolió mucho, sí, y me dejó muchas heridas que todavía no terminan de cicatrizar, pero aquí estoy hoy todavía, relativamente sana y relativamente bien. Yo tuve suerte, pero pudo no haber sido así. Por eso te pido, por favor, que mires ese cortísimo video que te coloqué al inicio y, si no lo tenías ya perfectamente claro antes, grábate bien en la cabeza lo fundamental que es el consentimiento en una relación sexual. Por ahora, si recuerdas y comprendes eso, si entendiste lo importante y básico que es el consentimiento para las relaciones sexuales en una pareja (de casados o de desconocidos), entonces vamos por buen camino. Y si encima te animas a difundirlo... pues vamos por excelente camino.

El mundo es un asco, sí, pero yo sé que tú, querido lector imaginario, me vas a ayudar a inclinar la balancita para el lado positivo. Tú eres chévere; y siempre es un placer conversar (¿conversar?) contigo.