sábado, 5 de septiembre de 2015

Alegría, Tristeza y Elsa cantando Let It Go

No recuerdo cuáles son las cinco etapas por las que se supone pasamos después de algún evento chocante o doloroso. Tampoco quiero buscarlas, porque no quiero sugestionarme y empezar a ver patrones donde tal vez no los hay. Pero sí pensé en ellas cuando, hace unos días, de pronto, en vez de sentirme perdida y dolida como me sentía últimamente (y por últimamente quiero decir tanto estas últimas semanas como estos últimos años), empecé a sentir algo completamente diferente: mucha cólera, sí, sí, muchísima cólera, pero una cólera envuelta por una finísima capa de asco.

Sí. Asco. Eso es nuevo. Y si bien decirlo aquí no ayuda mucho, I want to get it out of my system, como dirían los gringos, y esta es una forma de hacerlo. La sensación será pasajera, es lo más probable. Esa cólera asquienta, esa furia rencorosa, pasará y hasta puede que vuelva a sentir lo de antes (no seas curioso, querido lector imaginario, tampoco te daré detalles), pero lo que no puede pasar es el golpe de realidad que trajo consigo, que la vida no es una novela, que nuestros caminos no están tallados en piedra, que si te equivocaste, si te equivocaste ahora, hace días, hace años (hace seis meses y tres años), está bien aceptarlo y dejarlo ir, así de simple. Esa idea no puede pasar. It's okay to move on, dirían los sabios gringos, to move on once and for all.

Más allá de lo que haya podido sentir, querido lector imaginario, me he dado cuenta de que, en mi caso, no sé si también en el de los demás, uno de los impedimentos más grandes para dejar ir a una persona, para dejarla ir en serio, es el miedo a que deje de ser especial, a que todo lo que pudo haber pasado con esa persona adquiera nuevas etiquetas, que cambie de color. Sí, sí, esa es una buena metáfora. Como en una película que vi hace poco, que nuestros recuerdos, es decir nuestra historia, quienes somos, dejen de ser algo bueno, positivo, y se conviertan en un error. Como cuando Alegría deja que Tristeza toque un recuerdo de Riley y este se tiñe de azul.

 

Hermosa imagen, ¿no? No te rías, querido lector imaginario. Disney, a veces, sabe más que tú y yo. Pero, en fin, eso era lo que quería evitar. Quería evitar el te-vieron-la-cara-de-tonta, el al-final-resultó-que-no-eras-especial-y-que-todo-era-florazo, el ya-ves-todos-te-lo-dijeron, pero sobre todo el lo-peor-es-que-todo-es-tu-culpa-porque-no-fuiste-lo-suficientemente-inteligente-y-valiente-para-evitar-que-pasara-todo-lo-que-pasó. There. I said it. Si hasta este punto no captabas de qué trataba esto, querido lector imaginario, más pistas no te puedo dar. Eso era lo que no quería que pasara. Quería, infantilmente, que, a pesar de todo lo feo y malo en esta historia que obviamente no te voy a contar, todo permaneciera como un recuerdo puro, intacto, hermoso, amarillo. Entonces es increíblemente difícil dejar ir. Si fue tan hermoso, ¿cómo puedes dejarlo ir? Sería el peor error que podrías cometer, ¿no? Ahí está el problema. Porque, si tratas de ser un poquito más objetiva y recuerdas la historia completa, te darás cuenta de que fueron muchos más los momentos feos, dolorosos, hasta humillantes, por qué no decirlo, y que esos recuerdos, esa historia, esa parte fundamental de quienes somos ahora, en el fondo es azul, muy azul.

¿Qué quiero decir con todo esto? ¿Que hay que arrepentirnos de todo lo que hemos hecho y odiar nuestro pasado y a las personas en él? No, por supuesto que no. Nosotros somos nuestros recuerdos, nosotros, tú, yo, todos, somos una historia, una sola historia que se escribe día a día, microsegundo a microsegundo. Renegar de lo que hicimos no tiene sentido, es una estupidez. Yo no estoy a favor de arrepentirse de todo. No, no, no. Pero sí hay que reconocer las cosas como lo que son. Y si la cagaste, la cagaste. Punto. Move on. Llora. Explota. Extraña. Llora de nuevo, fuerte, hasta que no tengas aire. And then move on. No arrepentirse no significa laminar el papel en donde la historia estaba escrita y guardarlo en el museo de los momentos más importantes de tu vida. Claro que no. No arrepentirse significa leer ese papel, aceptar que pasó, sentir rencor si tienes que sentirlo, por el tiempo que tengas que sentirlo, y luego darle la vuelta porque la pluma nunca, nunca jamás, eso métetelo en la cabeza, va a dejar de escribir. Y no puedes negarle el papel en blanco.

No sé si todo esto tiene sentido para los demás, querido lector imaginario, pero tú y yo nos entendemos. No quería molestarme, no quería sentir cólera, rencor, asco, pero cómo no hacerlo. La esfera se está tiñendo de azul, ¡azul!, y eso está bien, está perfecto, porque mantenerla amarilla solo iba a hacer que, primero, nunca deje ir a esa persona y, segundo, en algún momento en el futuro, esa esfera reviente y altere mi vida otra vez. Yo no quiero eso. Yo no quiero odiar a nadie, no quiero tenerle rencor a nadie, así que, para eso, voy a permitirme sentir lo que sea que necesite sentir ahora, voy a dejar de forzarme a desearle lo mejor a esa persona y en vez de ello voy a recordar a su madre cada vez que su imagen salte, si siento que así debo hacerlo. Solo así, cuando la llamita se apague y, quién sabe, se haya encendido otra, podré desearle lo mejor en serio en el futuro, desde lo más profundo de mi corazón, como se lo deseo a todos. Solo así, quién sabe, dejaré de recordar a toda su línea genealógica cuando, ya muy raramente, su imagen aparezca, y recuerde en su lugar, con un honesto cariño, esas manchitas amarillas, a veces profundamente amarillas, que brillan escondidas en las esferas azules que habré guardado en algún lugar.

Créditos a Las increíbles aventuras del hombre que NO se hacía dramas.

Es la primera vez que escribo sobre esto; tal vez sea una señal de que las cosas en realidad están cambiando, de que estoy perdiendo el miedo, de que estoy desacralizando la imagen purísima que por años había atesorado, de que estoy matando a Dios y de que, por fin, estoy dejando ir. Y si algún lector no imaginario lee esto, a veces pasa, si algún amigo cercano, si algún amigo no tan cercano, si algún compañero de universidad, de trabajo, de alguna de mis clases de idiomas o de los infinitos cursos a los que últimamente me suelo matricular, lee esto; si algún alumno, Dios mío, me stalkea y encuentra el blog de su jefe de práctica, si algún futuro jefe, ojalá no, decide investigarme y encuentra las ilegibles ideas sueltas que guardo por aquí, entonces... entonces no importa. Simplemente no importa. Qué bien se siente esto, en serio. Muchos de los que me conocen me consideran una chica inteligente y absolutamente centrada, así que todo lo anterior podría hasta sorprenderlos. Sí, yo, yo la responsable, yo la madura, yo la que todo lo calcula y a la que todo siempre le va muy bien, yo me equivoqué de una manera terrible, y no una sino mil veces, y, en este aspecto de mi vida, como dijimos en un curso sobre la poesía de Vallejo, dejé de pensar, perdí el control, lo perdí por completo, y me descentré. Pero está bien. Como también analizamos en la poesía de Vallejo, para qué reprimir lo irreprimible. Acéptalo, embrace it, y luego déjalo ir. Así que esta soy yo inspirando profundo y exhalando con fuerza, con mucha fuerza, y dejando todo ir. This is me letting go. Sí, como la canción de Disney, la versión de Idina Menzel, que es la que me gusta más. Disney, Disney, Disney... Disney siempre sabe más que tú y yo, ¿te das cuenta? Ahora solo esperemos que mis queridos lectores no imaginarios no se rían mucho si por casualidad leen esto. Tú qué dices, querido lector imaginario, ¿presiono el botón de publicar o no?

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