sábado, 24 de junio de 2017

La ciudad y los perros (y la historia del libro)

Si me lo preguntaran, diría que la mejor novela de Mario Vargas Llosa es Conversación en La Catedral, sin lugar a dudas. Es tan genial esta novela que solo por ella su autor sigue siendo, para mí, uno de los mejores escritores de la lengua española, a pesar de que sus últimos libros hayan dejado mucho que desear (si has leído el más reciente, querido lector imaginario, seguro has quedado también bastante decepcionado). Otra novela suya que me parece estupenda es La ciudad y los perros, su primera gran novela, la novela que lo llevó a la fama y lo consagró como escritor. Yo la leí por primera vez hace ya bastante tiempo, no recuerdo si en mis primeros años de universidad o si en mis últimos años de colegio. Pero luego la olvidé y solo pasó a ocupar un lugar más en mi biblioteca, hasta que, el año pasado, dos motivos hicieron que volviera a sacar el libro del estante y reviviera la historia del Jaguar, el Esclavo y el Poeta.

Uno de esos motivos fue que vi la película dirigida por Francisco Lombardi, también titulada La ciudad y los perros, de 1985. Sí, recién el año pasado la vi. Sabía que existía, sabía que era buena y tenía la intención de verla algún día (cuántas cosas queremos hacer algún día, ¿no?), pero recién el año pasado, una tarde, me senté a verla con un amigo en YouTube. Y me encantó. En mala resolución y dividida en 10 o 12 partes como estaba, la historia del grupo de alumnos del Leoncio Prado logró capturar mi atención por completo y me hizo querer volver a leer el libro que recordaba pero recordaba muy mal. El segundo de esos motivos fue la aparición de un excelente libro sobre aquella obra, La ciudad y los perros: biografía de una novela, del historiador Carlos Aguirre. Compré el libro por interés personal, porque mi área de investigación preferida es la historia del libro o de la lectura, pero no quería empezar a leerlo sin tener primero fresco el recuerdo de la novela en torno a la cual giraba el estudio.

La edición de La ciudad y los perros que tengo en casa.

Mi lectura de La ciudad y los perros, esta vez, no solo fue mucho más madura en muchos sentidos (me di cuenta de que algunas escenas ni siquiera las había entendido la primera vez), sino que, después de haber leído tantas obras de Vargas Llosa, sentía que podía ubicar a esta su primera novela en un contexto y tiempo justos, algo que no hubiera sido capaz de hacer años atrás. Y coincidentemente, mientras la leía, encontré en la Facultad de Humanidades de San Marcos, donde cursaba la Maestría en Literatura el año pasado, otro libro que hacía alusión a ella: El cadete Vargas Llosa: la historia oculta tras La ciudad y los perros, de Sergio Vilela. Este texto, a manera de crónica, exploraba cuánto de realidad hay en la ficción que es aquella novela. Y disfruté su lectura enormemente. Pero el libro de Carlos Aguirre, que pretendía leer después del texto de Vilela, se quedó varios meses más en la lista de espera, porque pronto el trabajo y la tesis y la vida en general hicieron que dejara a un lado, temporalmente, las lecturas por placer. Así que recién ahora que tengo más tiempo, hoy, de hecho, en solo dos días, lo acabo de terminar de leer. Y sinceramente, querido lector imaginario, te puedo asegurar que es un libro magnífico.

Arriba, el libro de Carlos Aguirre; su carátula es asombrosa. Abajo, el de Sergio Vilela y otros libros también sobre Vargas Llosa.

Es historia, sí, porque Carlos Aguirre es un buen historiador y Biografía de una novela es un excelente ejemplo de un buen trabajo dentro del campo de la historia del libro o de la lectura. Y no solo está excelentemente escrito, sino que, y esto lo puedo decir desde mi propia experiencia como historiadora e investigadora (ahora que ya saqué el título puedo darme el lujo de decir eso), es una muy buena investigación. Es rigurosa, es consistente con sus fuentes y cumple en todo momento con lo prometido al inicio. Y no deja cabos sin atar, en el sentido que explora todas las interrogantes que se presentan en frente, incluso aquellas que carecen de respuesta contundente. Pero mi interés no es reseñar el libro (sí, quizás, recomendarlo), porque reseñas mejores y más extensas ya existen (te dejo aquí una reseña que se publicó en la revista en donde yo trabajo). Lo que quiero hacer es contarte por qué a mí, a mí de manera particular, me gustó.

Para comenzar, junta los dos temas que más me gustan y los trata como uno solo: la literatura y la historia. Este no es un trabajo literario, es un trabajo histórico, eso lo tengo clarísimo, pero su objeto de estudio es uno que me apasiona y siempre me ha interesado: la novela misma como creación y producto, y el mundo editorial que está detrás de la obra y del autor. Adoro el mundo editorial. Mi trabajo siempre ha estado vinculado directamente con este (primero en un fondo editorial y ahora en una revista académica) y, en más de una ocasión, ha sido también mi objeto de estudio (mi tesis de Licenciatura la hice sobre la cultura impresa en la independencia). Entonces un libro como el de Carlos Aguirre me muestra que es posible hacer investigaciones de este tipo, buenas investigaciones, y aprovechar mi formación como historiadora sin necesariamente sacrificar mi interés por las obras literarias, los autores y el contexto que está detrás. Obras como estas me recuerdan que la Historia es la más interdisciplinaria de las disciplinas y que realmente se puede, y se debe, estudiar a la Literatura en todas sus dimensiones, y que yo también, aunque no haya estudiado Literatura, desde mi propio campo tengo algo que aportar. El trabajo de Carlos Aguirre es un verdadero trabajo detectivesco que me hace sentir que los historiadores también podemos ser chéveres... Y sí, yo sé cuán poco chévere fue decir eso.

Pero volvamos a Vargas Llosa.

El estante que agrupa los libros que tengo del escribidor.

Mi querido Varguitas es un autor que ciertamente ha marcado mi forma de leer y concebir la Literatura, no lo puedo negar. Su pasión por la vocación de escritor, sobre la que ya he escrito un par de veces antes, me inspira muchísimo, y tengo la teoría de que también ha inspirado a muchísimos otros jóvenes y que incluso ha influido en su manera de escribir (por aquí te dejo un comentario sobre la novela de Jeremías Gamboa en el que desarrollo algunos de estos argumentos). Por ello, libros como el de Sergio Vilela y, sobre todo, el de Carlos Aguirre son realmente interesantes. Muchos son los trabajos que se escriben desde el campo de la Literatura; el análisis de la obra, de la obra como texto, de la forma y contenido, es necesario e importante. Me encantaría algún día tener la formación y experiencia necesarias para realizar un trabajo de aquellos, de hecho. Pero estos otros trabajos que abarcan más bien aspectos metaliterarios, que exploran la cultura del impreso y todo lo que involucra el maravilloso mundo editorial (incluso en el Perú, en donde este todavía está en pleno desarrollo y crecimiento), son también de suma importancia y se han investigado poco. La historia del libro o de la lectura en el Perú, que tan bien han trabajado historiadores como Robert Darnton y Roger Chartier para Francia, por ejemplo, tiene todavía un largo camino por recorrer. Carlos Aguirre con su Biografía, en ese sentido, ha dado un gran paso.

Y Varguitas. Ay, Varguitas. Tu última novela, Cinco esquinas, realmente me decepcionó. Tanto así que en vez de marcar las páginas que me gustaron, como normalmente hago con mis libros, para poder volver a ellas después, marqué las que, según mi criterio, prueban que con esta novela realmente no tuviste ningún cuidado. Pero bueno, como dije al inicio, después de haber escrito obras como Conversación en La Catedral y La ciudad y los perros nadie podrá jamás decir que eres un escritor malo. Tu Nobel, aunque a muchos no les guste, te lo tienes bien ganado.

martes, 20 de junio de 2017

Decir adiós

Me compré un nuevo celular hace un par de semanas, como regalo de mí para mí por haber terminado y sustentado (por fin y con bastante éxito) mi tesis de licenciatura. Y, mientras vaciaba la información de mi antiguo Samsung J2 a mi nuevo Motorola G4 Plus (lo siento, quería aprovechar esta oportunidad para presumir un poquito), encontré algunas notas que había escrito hace ya bastante tiempo. No quise simplemente borrarlas, porque aunque lo que sentía y pensaba cuando las escribí ya no lo siento y pienso más, por lo menos no con la misma intensidad, algunas de ellas todavía me parecen muy bonitas, porque reflejan episodios de mi vida que, aunque no siempre fueron color de rosa, siguen siendo parte de mí, parte de mi historia personal. Así que hoy quiero compartir contigo, querido lector imaginario, una de aquellas notas de hace varios meses atrás (o años, nunca lo sabrás):

Lo voy a extrañar. Sí. Y está bien. Porque ya sé cuál es el proceso. Primero mucho, como ahora, ahora que tengo ganas de pasar más tiempo con él y de ir, volver, ahora que sigue tan cerca. Después un poco menos, porque tengo cosas que hacer y mi mente ya no se puede dar el lujo de pensar todo el día en él. Y después aun menos, porque poco a poco me iré olvidando, pronto ya no recordaré qué se siente tenerlo cerca, qué se siente hablarle, sentiré que la vida está bien y que la vida basta y es buena así como es. Y volveré a sentirme bien porque él será de nuevo solo una idea. Algo más que un recuerdo. Un personaje de un libro que leí. Y olvidaré este momento, aunque ahora lo dude, porque la vida volverá a ser una vida en la que no existe X, en la que X es solo un nombre de un personaje de ficción.

Se despidió con un abrazo, un abrazo torpe, uno que esta vez él me dio a mí y yo parecía no querer responder. Me hubiera gustado abrazarlo más fuerte, responderle, acariciar su nuca y sentir mis ojos húmedos en su hombro, y decirle que se cuidara mucho, muchísimo, y alejarme un poco y sonreírle y ver también su sonrisa y saber que lo iría a extrañar, que lo iría a extrañar mucho, pero que en ese momento las cosas estaban bien.

Pero las historias no son así. Raramente lo han sido. Me despedí de él con un abrazo torpe y un take care también torpe porque estábamos con su amigo y su amigo solo hablaba inglés.

I love him. I truly love him. Pero, como dice Eponine, only on my own; no debo nunca olvidar eso. Lo que debo hacer es olvidarlo a él de nuevo, esta vez por completo.

Ese X tiene un nombre y apellido en la nota original, por supuesto, pero X mismo me pidió que, si algún día me tocaba hablar de él, utilizara otro nombre (él me sugirió José Antonio Manuel de las Casas y de la Puente, o algo por el estilo, pero creo que esta vez solo dejaré el X, para ahorrar espacio). Y la vida, pues, qué te digo, querido lector imaginario, la vida efectivamente es buena todavía y las cosas siguen bastante bien. Mejor que antes de hecho. Porque sí, alejarte de las personas que quieres duele, pero el dolor pasa y quedan las experiencias y cada uno decide qué hacer con ellas. Yo decidí que quiero un mundo mejor, porque nuestro mundo es una mierda. Decidí que, desde lo que yo sé hacer, desde lo que yo puedo hacer, lucharé siempre por hacer del mundo un lugar más aceptable, un lugar en el que se pueda vivir bien. Y en el camino voy a ser feliz, muy feliz. Ojalá tú también lo seas.