Lima, jueves 12 de marzo de 2015
Sr. Luis Castañeda Lossio
Alcalde de Lima Metropolitana
Jr. Conde de Superunda 141, Lima 1
Alcalde de Lima Metropolitana
Jr. Conde de Superunda 141, Lima 1
Estimado señor alcalde:
Mi nombre es María Claudia Huerta, tengo 22 años, terminé la universidad el año pasado y, en las últimas elecciones, no voté por usted. Pero no preocupe: en esta ocasión le escribo por un tema completamente diferente. Usted es, después de todo, mi alcalde, y, como yo sé que vela por mis intereses, quería contarle un poco sobre el día que tuve hoy.
Desperté, como siempre, a las seis de la mañana, para llegar a tiempo a clases. Estudio francés en la avenida Wilson, así que paso todos los días por Salaverry (es esa larga avenida con una de las mejores ciclovías de Lima que hace un par de días quisieron desaparecer). También paso por la avenida 28 de julio. Después de hora y media de clases, camino hasta ahí para tomar el carro que me lleva al trabajo. Puedo tomar cualquiera que vaya a la Brasil, señor alcalde, aunque es más complicado de lo que parece: los vehículos paran donde sea y arrancan cuando les da la gana. Es terrible, pero mejor no lo molesto con estos temas porque como alcalde de Lima no hay nada que pueda hacer usted para cambiar esta situación, ¿no?
En fin, señor alcalde. Logré subir a un vehículo, pagué mi pasaje, recibí un boleto y abracé fuertemente mi mochila por si a alguien se le ocurría arranchármela. Ya sabe usted cómo son las cosas aquí. Entonces el carro empezó a humear. Sí, de la nada, el carro simplemente empezó a humear. El cobrador solo atinó a pasarle una botella de agua al chofer para que, en un rojo, la vertiera sobre el motor, pero hacerlo solo hizo que el humo aumentase y que los pasajeros tuvieramos que salir del carro tosiendo. Pero, bueno, de nuevo lo estoy molestando con cosas que no le incumben, como si usted pudiera controlar el buen estado del transporte público. Qué tontería.
Confieso que, cuando vi lo que sucedía, quise sacar mi celular, para grabar y denunciar el hecho, pero no lo hice, porque todo el mundo me ha dicho que jamás debo sacar objetos valiosos en vehículos públicos. Después, si te roban, es tu culpa, ¿no? Solo atiné a alejarme y tratar de subir a otro carro lo más pronto posible porque no quería llegar tarde. Moverse en Lima es toda una aventura, eso no se lo voy a negar. Sin embargo, cuando llegué a mi paradero y bajé del bus, me di cuenta de algo que, aunque pintoresco, supongo, no me gustó demasiado. No me pregunte cómo, señor alcalde, simplemente lo supe: busqué en mi mochila y no encontré mi celular. Tampoco me pregunte cómo desapareció. Tuvo que haber sido magia, se lo juro: todos los bolsillos cerrados, la mochila en mi pecho todo el tiempo rodeada de uno de mis brazos... A quien sea que se haya llevado mi celular solo me queda felicitarlo por el talento (espero que no por la práctica). Pero para qué molestarlo a usted con este tema también.
El día mejoró, felizmente. En el trabajo, después de perder bastante tiempo con mi compañía de teléfono, logré avanzar lo que tenía pendiente. Almorzamos todos juntos porque era el cumpleaños de una compañera y fue realmente interesante escuchar cómo a todos nos habían robado en Lima por lo menos una vez (no sé cuáles sean las estadísticas actuales, pero este casual muestreo me sorprendió mucho). Cada uno contó su historia, algunas como la mía, otras mucho más terroríficas, y de alguna manera todos terminamos aceptando que todas las veces habían sido nuestra culpa. Sí, de alguna manera, detrás de lo que decíamos, esa era nuestra conclusión. Es decir, por qué salíamos a la calle con nuestras cosas: ¡estábamos tentando al ratero! Como las muchachas que salen a la calle sin cubrirse bien los tobillos y el cuello: ¡están tentando al acosador! ¿No?
Como a eso de las cinco salí del trabajo y volví a tomar otro carro. Esta vez caminé un poco más para volver a casa por Salaverry (todavía sigo un poco resentida con la Brasil, entienda usted). Pero no sé si fue la mejor decisión, porque el que me hayan robado hoy por primera vez dejó de importarme por completo cuando vi a través de la ventana del carro a un hombre tirado en medio de la pista, con sangre en el pecho. Sí. No puedo estar segura, pero parecía muerto. Fue en la intersección de Salaverry con Cuba. Yo vivo cerquísima y es la primera vez que veo algo así. Algunas motos de serenazgo estaban estacionadas alrededor y algunas personas rodeaban al hombre. Tenía la camisa abierta y un polo blanco adentro bañado de rojo, de sangre. No sabía qué había pasado, pero me aterró tanta sangre. Bajé del bus un par de cuadras después y caminé hasta mi casa un poco atontada. Debía tratarse de un accidente de tránsito, un terrible accidente de tránsito.
Yo no lo culpo a usted señor alcalde, no se inquiete. Los accidentes pasan, ¿no? Y pasan a cada rato. Cuando llegué a casa vi en las noticias que en algún lugar de Lima un Chosicano se había chocado y había dejado alrededor de sesenta víctimas, por ejemplo. Ese otro accidente tampoco es su culpa, por supuesto. Es decir, lo único que usted puede hacer es reducir las probabilidades de que los accidentes pasen y yo estoy muy segura de que lo está haciendo, ¿verdad? Estoy segura de que ese último accidente se debió a causas absolutamente incontrolables y no a que el vehículo se encontraba en mal estado o a que el chofer no tenía brevete, ¿verdad?
Yo no lo culpo a usted, señor Luis Castañeda Lossio. Yo no voté por usted, pero usted es ahora mi alcalde y, aunque en su momento la noticia me llenó de rabia e impotencia, lo llegué a aceptar. Yo no lo culpo a usted, pero, después del día que tuve, después de comprender que este día es solo el reflejo de las condiciones en que se encuentra Lima, no me gustó llegar a casa y enterarme de que, en lugar de hacer algo al respecto, estaba ocupado defendiendo ante la prensa su decisión de borrar los murales del centro de la ciudad. ¿En verdad no tiene nada más que hacer?
No joda, pues.
Desperté, como siempre, a las seis de la mañana, para llegar a tiempo a clases. Estudio francés en la avenida Wilson, así que paso todos los días por Salaverry (es esa larga avenida con una de las mejores ciclovías de Lima que hace un par de días quisieron desaparecer). También paso por la avenida 28 de julio. Después de hora y media de clases, camino hasta ahí para tomar el carro que me lleva al trabajo. Puedo tomar cualquiera que vaya a la Brasil, señor alcalde, aunque es más complicado de lo que parece: los vehículos paran donde sea y arrancan cuando les da la gana. Es terrible, pero mejor no lo molesto con estos temas porque como alcalde de Lima no hay nada que pueda hacer usted para cambiar esta situación, ¿no?
En fin, señor alcalde. Logré subir a un vehículo, pagué mi pasaje, recibí un boleto y abracé fuertemente mi mochila por si a alguien se le ocurría arranchármela. Ya sabe usted cómo son las cosas aquí. Entonces el carro empezó a humear. Sí, de la nada, el carro simplemente empezó a humear. El cobrador solo atinó a pasarle una botella de agua al chofer para que, en un rojo, la vertiera sobre el motor, pero hacerlo solo hizo que el humo aumentase y que los pasajeros tuvieramos que salir del carro tosiendo. Pero, bueno, de nuevo lo estoy molestando con cosas que no le incumben, como si usted pudiera controlar el buen estado del transporte público. Qué tontería.
Confieso que, cuando vi lo que sucedía, quise sacar mi celular, para grabar y denunciar el hecho, pero no lo hice, porque todo el mundo me ha dicho que jamás debo sacar objetos valiosos en vehículos públicos. Después, si te roban, es tu culpa, ¿no? Solo atiné a alejarme y tratar de subir a otro carro lo más pronto posible porque no quería llegar tarde. Moverse en Lima es toda una aventura, eso no se lo voy a negar. Sin embargo, cuando llegué a mi paradero y bajé del bus, me di cuenta de algo que, aunque pintoresco, supongo, no me gustó demasiado. No me pregunte cómo, señor alcalde, simplemente lo supe: busqué en mi mochila y no encontré mi celular. Tampoco me pregunte cómo desapareció. Tuvo que haber sido magia, se lo juro: todos los bolsillos cerrados, la mochila en mi pecho todo el tiempo rodeada de uno de mis brazos... A quien sea que se haya llevado mi celular solo me queda felicitarlo por el talento (espero que no por la práctica). Pero para qué molestarlo a usted con este tema también.
El día mejoró, felizmente. En el trabajo, después de perder bastante tiempo con mi compañía de teléfono, logré avanzar lo que tenía pendiente. Almorzamos todos juntos porque era el cumpleaños de una compañera y fue realmente interesante escuchar cómo a todos nos habían robado en Lima por lo menos una vez (no sé cuáles sean las estadísticas actuales, pero este casual muestreo me sorprendió mucho). Cada uno contó su historia, algunas como la mía, otras mucho más terroríficas, y de alguna manera todos terminamos aceptando que todas las veces habían sido nuestra culpa. Sí, de alguna manera, detrás de lo que decíamos, esa era nuestra conclusión. Es decir, por qué salíamos a la calle con nuestras cosas: ¡estábamos tentando al ratero! Como las muchachas que salen a la calle sin cubrirse bien los tobillos y el cuello: ¡están tentando al acosador! ¿No?
Como a eso de las cinco salí del trabajo y volví a tomar otro carro. Esta vez caminé un poco más para volver a casa por Salaverry (todavía sigo un poco resentida con la Brasil, entienda usted). Pero no sé si fue la mejor decisión, porque el que me hayan robado hoy por primera vez dejó de importarme por completo cuando vi a través de la ventana del carro a un hombre tirado en medio de la pista, con sangre en el pecho. Sí. No puedo estar segura, pero parecía muerto. Fue en la intersección de Salaverry con Cuba. Yo vivo cerquísima y es la primera vez que veo algo así. Algunas motos de serenazgo estaban estacionadas alrededor y algunas personas rodeaban al hombre. Tenía la camisa abierta y un polo blanco adentro bañado de rojo, de sangre. No sabía qué había pasado, pero me aterró tanta sangre. Bajé del bus un par de cuadras después y caminé hasta mi casa un poco atontada. Debía tratarse de un accidente de tránsito, un terrible accidente de tránsito.
Yo no lo culpo a usted señor alcalde, no se inquiete. Los accidentes pasan, ¿no? Y pasan a cada rato. Cuando llegué a casa vi en las noticias que en algún lugar de Lima un Chosicano se había chocado y había dejado alrededor de sesenta víctimas, por ejemplo. Ese otro accidente tampoco es su culpa, por supuesto. Es decir, lo único que usted puede hacer es reducir las probabilidades de que los accidentes pasen y yo estoy muy segura de que lo está haciendo, ¿verdad? Estoy segura de que ese último accidente se debió a causas absolutamente incontrolables y no a que el vehículo se encontraba en mal estado o a que el chofer no tenía brevete, ¿verdad?
Yo no lo culpo a usted, señor Luis Castañeda Lossio. Yo no voté por usted, pero usted es ahora mi alcalde y, aunque en su momento la noticia me llenó de rabia e impotencia, lo llegué a aceptar. Yo no lo culpo a usted, pero, después del día que tuve, después de comprender que este día es solo el reflejo de las condiciones en que se encuentra Lima, no me gustó llegar a casa y enterarme de que, en lugar de hacer algo al respecto, estaba ocupado defendiendo ante la prensa su decisión de borrar los murales del centro de la ciudad. ¿En verdad no tiene nada más que hacer?
No joda, pues.
¿Roba pero hace obra? Señor mío, usted roba, sí, roba muchísimo, pero, por favor, explíqueme qué obra hace. Lo que yo he visto hoy es una Lima hostil y terrible que ha sido completamente abandonada por sus gobernantes, una Lima que hace difícil la vida, más difícil de lo que ya es. Lo único que me queda hacer, que nos queda hacer a todos, es luchar para que esa marea amarilla que usted creó no nos cubra y arrastre también a nosotros, como lo ha estado haciendo con los dichosos murales que tanto le han preocupado el día de hoy.
Hoy el caos que se está generando bajo su gestión cobró vidas, señor alcalde, ¡vidas!, y si bien no voy a ir tan lejos como para echarle a usted la culpa directamente, sí me indigna muchísimo que en vez de hacer algo al respecto dedique sus esfuerzos a hacer que nuestra ciudad empiece a ser conocida como Lima, la amarilla.
Hoy el caos que se está generando bajo su gestión cobró vidas, señor alcalde, ¡vidas!, y si bien no voy a ir tan lejos como para echarle a usted la culpa directamente, sí me indigna muchísimo que en vez de hacer algo al respecto dedique sus esfuerzos a hacer que nuestra ciudad empiece a ser conocida como Lima, la amarilla.
Mis más sinceros y respetuosos saludos (mentira, váyase a la mierda),
María Claudia Huerta
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