martes, 9 de mayo de 2017

La gran ventana

Estaba conversando con una amiga finlandesa que ha tenido la oportunidad de vivir tanto aquí, en Lima, como en Ciudad de México. Y me decía que, aunque ambas ciudades (y países) le encantaban, no se imaginaba viviendo de forma permanente en la capital mexicana. ¿Por qué? Demasiado caótica, demasiado poblada, demasiado todo-aquello-que-no-es-Finlandia. Yo, por supuesto, le dije que, en ese caso, tampoco podría seguir viviendo en Lima, que era igual de desordenada. Pero ella me dio una respuesta que me dejó pensando hasta ahora:

Sí, es cierto, Lima se parece mucho a Ciudad de México, pero tiene el mar. Y cuando sientes que ya es demasiado, puedes ir al mar y, no sé, respirar.

Y sí, es muy cierto. Yo, que soy muy crítica con Lima (y con su inepto y corrupto y conchudo alcalde), reconozco, como historiadora (qué lindo suena eso, ¿no?), que Lima es una ciudad maravillosa, llena de historia, llena de magia y un pasado que realmente sorprende si se quiere conocer bien. Pero así como Lima es, para mí, desde un punto de vista histórico, la ciudad más importante de América del Sur, Ciudad de México es, también desde un punto de vista histórico, la ciudad más importante de toda América. Sí. Las dos capitales virreinales más importantes de la época colonial, Lima y México, eran el centro de poder y cultura de Hispanoamérica y, si tengo que decidir cuál era más importante, por su antigüedad y también por ciertos temas culturales, diría que México, por más que a Lima la lleve siempre en mi corazón.

Pero de México, capital de la antigua Nueva España, ya solo quedan pocos rastros en Ciudad de México, capital de México, el país actual (al igual que de Lima, Ciudad de los Reyes, ya solo quedan fantasmas en Lima, la gris). El caos y los malos gobiernos se han apoderado de estas hermosas capitales y, para quien no mira cuidadosamente y se interesa por las maravillas históricas que cada una de estas ciudades todavía guarda, solo serán visibles la poca planificación urbana, el tráfico y, por supuesto, la terrible inseguridad. Y la vida en ciudades como estas es difícil. Yo, que tuve la oportunidad de visitar México hace más de un año, me quedé maravillada con su capital, por todo lo que ya he mencionado, pero no me imaginé viviendo por un periodo largo ahí (como sí, en cambio, me encantaría vivir en Londres o en París). Y si bien estoy relativamente tranquila con mi vida en Lima (aunque a veces siento que cada día es una pelea contra ella misma), pues sí comprendo que, para alguien que ha crecido y vivido en un ambiente completamente distinto al de Lima o Ciudad de México (¿qué puede ser más opuesto a nuestro caos diario que el orden y la tranquilidad de Finlandia?), resulte todavía difícil, por más que ya haya transcurrido bastante tiempo, acostumbrarse a la vida aquí.

Y por eso el comentario de mi amiga me dejó pensando. Sí, Ciudad de México, al igual que Lima, es una ciudad fascinante. Pero es caótica, como Lima también lo es. ¿Qué tenemos nosotros aquí que no tienen allá que la hace un poquito más soportable?

El mar.

Lima, aunque quizás desde un punto de vista estratégico no fue la mejor decisión, se fundó muy cerca del mar. Y, como me decía Karo, mi amiga finlandesa, en Lima siente que, incluso cuando ya es mucho, cuando el caos y el tráfico y la inseguridad y la general hostilidad de la gente acostumbrada a vivir en capitales parecen sobrepasalo todo, puede ir al malecón o a la playa misma y simplemente inspirar hondo y exhalar.

   

Y sí. Aunque yo no soy consciente de ello todo el tiempo, Lima tiene una gran, graaan ventana hacia donde mirar cuando mirar hacia dentro ya no es bonito. Chorrillos, Barranco, Miraflores, San Isidro, Magdalena, San Miguel... tenemos una gran ventana para sacar la cabecita un rato de esta Lima caótica y recordar que el mundo es grande y que fuera de este pequeño laberinto existe todavía cierta paz.
 

Cuánta razón tiene Karo. Ciudad de México es una ciudad que históricamente tal vez le sigue ganando a Lima y algún día quisiera regresar a ella y terminar de conocerla porque el par de días que estuve por ahí no fue suficiente para explorar bien una ciudad tan rica y tan bella... Pero Lima, mi querida y odiada Lima, tiene el Pacífico a sus pies.


Tal vez Pizarro (el conquistador, no el jugador, es obvio) no metió la pata después de todo y pensó que, en algún momento, cientos de años más tarde, los habitantes de la Lima que estaba fundando necesitarían una ventanita, un pequeño plan de escape, y dirigió su mirada hacia el oeste y pensó:

Esta vista no está tan mal.

Y no, no lo está.