miércoles, 4 de junio de 2014

14 de 40 (o cupcakes de tres leches)

A diferencia de los anteriores, tenía ganas de preparar estos cupcakes desde que le di la primera leída al libro. Son cupcakes de tres leches. Un bizcocho dulce y jugoso. Canela encima. El sabor a leche condensada por todo sitio. Y ahora en forma de cupcakes. ¿Qué puede salir mal?


¡Felizmente nada! Seguramente estabas esperando que te dijera que no resultaron ser tan ricos como los imaginaba, pero no fue así. El bizcocho de los cupcakes es súper airoso. Se baten primero las yemas con el azúcar. Luego se baten las claras hasta formar picos y se las incorpora a la preparación anterior. Luego se le agrega la harina cernida et voilà: dieciocho cupcakes listos para el horno (sí, este receta es para dieciocho y no solo doce cupcakes, como si Paloma hubiera anticipado el éxito que iban a tener).



Cuando los saques del horno, querido lector imaginario, debes hacer muchos huequitos con algo puntiagudo para poder agregar la mezcla de leche, crema de leche y leche condensada que hará de este común bizcocho uno súper dulce y humedito. 



Después tienes que preparar la cobertura. Sobre este punto mi hermana y yo tuvimos algunas dudas porque como esta se preparaba exclusivamente a base de crema de leche no sabíamos cuánto tiempo se conservaría fuera. Como era de noche, decidimos levantarnos temprano para terminar con la decoración. Tuvimos un par de problemas técnicos. Como podrás recordar, querido lector imaginario, cuando preparamos los cupcakes de limón y hierbaluisa el frosting, también hecho con crema de leche, se cortó. Pues ahora ya sabemos por qué. Batimos la crema de leche a velocidad máxima, se formaron los picos, batimos un minuto más y la mezcla se malogró. Como creíamos saber exactamente qué había pasado decidimos volver a hacerlo (no le contamos a mamá del incidente porque ella odia que desperdiciemos ingredientes). Esta vez dejamos de batir a tiempo y, bueno, nos quedó mucho mejor.

Así debe quedar.
Así no.

Creo que estos cupcakes salieron muy bien. Como teníamos varios, decidí empaquetar algunos y visitar a mis antiguos jefes en la oficina. Simplemente aparecí ahí y, mientras ellos comenzaban a preguntarme qué había sido de mi vida, revelé los cupcakes y les di a cada uno un par. Creo que extrañaban eso. También le llevé un par a una amiga. Y mi hermana llevó unos cuantos a su universidad. 


Tal vez la parte más gratificante fue cuando le dimos uno a mi mamá en el desayuno y le dijimos que adivinara de qué sabor eran. ¡Tres leches!, fue su respuesta. En la noche nos preguntó si todavía nos quedaba alguno y, cuando le dijimos que no, nos dijo que no dejáramos pasar mucho tiempo sin hacer otros más.


Le haremos caso.

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