Manejar bicicleta en Lima no es cualquier cosa. A pesar de que todos los días recorro el mismo camino para ir a clases, cada salida es una nueva aventura porque nunca sabes con qué clase de conductor te cruzarás. Sucede que, en la variada y maravillosa fauna limeña, se puede encontrar de todo: desde aquellos conductores que cuando te ven te sonríen y te ceden el pase, hasta aquellos que piensan que las ciclovías son solo para decorar.
Todos los días me encuentro por lo menos con uno que decidió ganarle a los demás utilizando el camino para bicicletas. Casi siempre, cuando el distraído conductor viene en sentido contrario y se encuentra conmigo frente a frente, me detengo sin alterarme y espero a que el otro reaccione y vuelva a su carril. Sería mucho más fácil hacerme yo a un lado, dejar que el carro continúe y volver a la ciclovía después, pero lo fácil no siempre es lo correcto. La mayoría de veces los conductores fingen sorpresa, se disculpan y me dejan pasar. En esos casos yo solo les sonrío y continúo feliz (después de todo sé que en Lima el respeto por los ciclistas recién se está ganando). Pero de vez en cuando aparece uno que se molesta cuando no me muevo y me mira indignado, como si la que estuviese cometiendo la falta fuera yo.
|
Ciclovía desde Brasil hasta la Plaza de la Bandera |
Eso me pasó esta mañana, cuando iba a la universidad. Me encontré con un carro que avanzaba campante por la ciclovía, en dirección contraria a la mía. Apenas tuvo tiempo para detenerse cuando me vio. Yo pude haberme pegado a mi izquierda y él pudo haber continuado su camino, pero decidí esperar a que se moviera él. Desde el carro, el conductor y la señora que se encontraba a su lado gesticulaban para que yo me hiciera a un lado. Yo les sonreía tranquila y, cuando me di cuenta de que se estaban demorando demasiado, se me ocurrió sacar mi celular. Y justo a tiempo porque, mientras la señora gritaba, el conductor había empezado a avanzar amenazadoramente en mi dirección. Yo, sin retroceder un milímetro, solo enfoqué la cámara y tomé una foto para capturar el precioso momento.
|
El auto en cuestión (placa: B3W-550) |
Hubieras visto la cara del pobre conductor cuando me vio haciendo eso. Volteó el rostro y, por supuesto, dejó de avanzar. A mi lado, desde uno de los autos que, a pesar del tráfico, habían decidido respetar la ciclovía, me aplaudieron. Yo me reí, pero no pude evitar sentirme inmensamente acompañada en ese momento. Entonces la señora que seguía gritando al lado del conductor se bajó furiosa del auto y se acercó. Me dijo que si acaso estaba sorda, que me estaban diciendo que me moviera, que yo tenía espacio y no sé qué otras cosas más. Yo solamente le sonreía y, cuando dejaba de gritar, le repetía que estaba en la ciclovía. Probablemente esa actitud le molestó más. Estoy segura de que tenía ganas de insultarme, quién sabe si hasta de pegarme, pero con mi cámara enfocando su auto y su rostro, no iba a ser capaz.
|
She wants to hurt me! |
La señora volvió a su carro cuando el conductor logró que le dieran pase para volver a su carril. Imagino su exasperación, no solo porque no logró intimidarme, sino también porque probablemente habían perdido conmigo el par de minutos de ventaja que habían planeado ganar al hacerse los vivos. Yo los seguí con mi cámara hasta que nos cruzamos y no borré de mi rostro la sonrisa que seguro irritó a la señora aun más. Y si bien ahora que cuento toda la historia ya no suena tan interesante, querido lector imaginario, te juro que esta pequeña victoria me hizo el día.
Porque, al final, se trata de eso, de hacer respetar nuestros derechos. En verdad, ¿cuán difícil es entender que las ciclovías son para las bicicletas? ¿O es que en el fondo los conductores limeños tienen un complejo de ciclista que los hace invadir nuestro carril? Estimada señora, si usted me está leyendo, dígame, ¿por qué si yo no me subo a las veredas ni le pido a los peatones que se muevan cuando quiero ir más rápido usted podría entrar a la ciclovía y hacer lo mismo conmigo? ¿Por qué piensa que el estar apurada le da derecho a ignorar las reglas y poner mi vida en peligro? ¿Sabe usted, estimada señora, que hoy pudo haberme arrollado con su carro? ¿Qué hubiera dicho entonces?, le pregunto. ¿Hubiera seguido pensando que yo estaba equivocada, que usted tenía derecho a ir por donde se le daba la gana? Espero, querida señora, por el bien de Lima, que no. Y un consejo: si de verdad estaba tan apurada, si de verdad quiere evitar el tráfico de las mañanas, le recomiendo hacer como yo y cambiar el carro por la bicicleta. A veces es peligroso, es cierto, pero solo por personas como usted y el que supongo habrá sido su marido. Espero sinceramente que cada vez sean menos.