viernes, 18 de julio de 2014

¡Ratero! ¡Ratero!

Lo que voy a contar ahora probablemente no es nuevo para la mayoría de limeños (espero que para ti sí, querido lector imaginario). Hoy estuve en una clínica de San Borja con mis padres y, como se iban a demorar muchísimo, decidí regresar a casa sola. Había comenzado a leer un libro muy bueno, Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, así que esperé hasta encontrar un micro vacío y me acomodé en un asiento para leer. Ni siquiera me importaba el tráfico. Entonces, mientras leía, un alborto repentino se armó en el bus. Fueron dos segundos. Literalmente todo pasó en solo dos segundos. Un chico subió corriendo por la puerta trasera del bus (era uno de esos grandes de dos puertas y de dos asientos a cada lado del pasillo), se abalanzó sobre un par de personas delante de mí y salió corriendo de nuevo, haciendo temblar el carro. La chica que se encontraba al lado de la ventana se puso de pie y gritó ¡Ratero! ¡Ratero! ¡Cierren la puerta! Pero mientras el conductor, el cobrador y el resto de nosotros nos dábamos cuenta de qué acababa de pasar, el chico ya estaba fuera con el celular que acababa de arranchar.

La chica salió corriendo tras él, pero volvió pronto (pudo subir de vuelta porque, con el tráfico, el bus apenas había avanzado un par de metros). En la desesperación, había dejado su cartera y su lonchera en el asiento. El señor que estaba sentado a su lado se las alcanzó. La chica se volvió a sentar, pero, al par de minutos se puso de pie nuevamente, ya mucho más tranquila, y se bajó otra vez. Imaginé que iría a buscar un policía, o a sentar una denuncia, o a hacer cualquier cosa porque quedarse sentada en un bus que casi no avanzaba después de lo que había pasado no parecía una opción.

Vaya historia, ¿no? Como te decía, querido lector imaginario, para la mayoría en Lima probablemente no es una novedad. Pero, hasta ahora, yo nunca había sido testigo de un robo. Me dejó pensando, porque yo estaba sentada al lado del pasillo, cerca a la puerta, y porque, cuando voy en micro, suelo tener siempre mi celular en las manos. Si lo hubiera tenido hoy, entonces hubiera sido yo la que hubiera gritado ¡Ratero! ¡Ratero! O tal vez no hubiera gritado. Tal vez la sorpresa me hubiera inmovilizado. Tal vez no hubiera salido corriendo tras el ladrón. Tal vez, de la rabia, de la impotencia, me hubiera puesto a llorar. Quién sabe.

Lo que sí sé es que no volveré a sacar el celular en la calle tan descuidadamente como normalmente lo hago. Hasta ahora no me ha sucedido nada, pero creo que sería mejor no averiguar cómo reaccionaría cuando sí. También sé que debo tener más cuidado con mi laptop. Muchas cuadras más adelante, me pregunté qué hubiera sucedido si al ladrón se le ocurría arrancharme la mochila. Entonces sí lo perseguiría, lo alcanzaría y se la quitaría de vuelta (¡que nadie se meta con mi laptop!). Pero, de nuevo, mejor no averiguarlo.

El robo sucedió en la Avenida Javier Prado a las 6:30 de la tarde, just in case. A la altura de la Clínica Ricardo Palma, para ser exacta, así que ten cuidado, querido lector imaginario. Yo solo diré que le agradezco a Bolaño por haberse robado mi atención en el micro hoy.

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