No, no, no, no te estoy hablando de la vértebra de Neyrmar. Ha ocurrido una desgracia. Una verdadera desgracia, querido lector imaginario. Ni siquiera sé cómo te estoy escribiendo en este momento. No sé cómo puedo seguir viviendo. Bueno, no es para tanto, pero sí es algo muy malo para mí. En la mañana fui al centro de Lima para almorzar con mamá y, cuando bajaba del micro, un asa de mi mochila se rompió. La mochila cayó al suelo y yo la recogí inmediatamente por miedo a que me la pudieran quitar (muy paranoica, ¿no?). Me la puse en el otro hombro y seguí andando hasta que un miedo se apoderó de mí: en el bolsillo delantero estaba mi celular. Lo revisé inmediatamente y no, nada había pasado, felizmente: la pantalla seguía intacta y todo seguía funcionando. Así que llegué al trabajo de mamá muy tranquila y la esperé para salir a almorzar.
Y mientras la esperaba prendí mi laptop para enviar un correo.
Y mientras se encendía noté algo anormal.
¡MI LAPTOP! ¡MI POBRE Y ADORADA LAPTOP!
¿Ves la pequeña rayita diagonal blanca en la esquina? Ahí se rompió. Y no sé exactamente cómo funcionan las pantallas de las laptops, pero por esa rajadura también perdí poco más de un centímetro de la parte izquierda de la laptop. Ay, ay, ay, canta y no llores. Bueno, supongo que no es tan grave, pero ver el objeto más preciado que tengo así... no me hace precisamente feliz. Supongo que puedo vivir con un centímetro menos de pantalla, porque mi hermano me ha dicho que probablemente cueste más barato comprar una nueva laptop que arreglarla, pero, pero, pero... Canta y no llores, ¿no? Solo espero que la pantalla no se siga poniendo negra. Supongo que de todas forma tendré que hacer una copia de seguridad.
Ay.
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