martes, 4 de febrero de 2014

Que alguien me hable de Nietzsche

Una vez, hace mucho tiempo, una amiga me presentó a su enamorado. Era un chico bueno y se notaba que la quería mucho, pero lo que más recuerdo de ese encuentro es que, después de pasar cerca de dos horas discutiendo sobre El Señor de los Anillos y Harry Potter (yo le decía que para mí Harry Potter era lo máximo, pero que, como no había leído la otra serie, admitía que podía ser mejor), me dijo que él tampoco había leído El Señor de los Anillos, que había visto las películas infinitas veces, que había asistido a reuniones especializadas, que incluso había leído ensayos y artículos sobre Tolkien, pero que los libros, las novelas, no, esas no. Perdió toda su autoridad, ¿no crees, querido lector imaginario? Lo mismo pasaría ahora conmigo si empiezo a hablar de Nietzsche sin haber leído por lo menos una obra suya de principio a fin.

Yo no sé mucho de él. En el único curso de filosofía que llevé en la universidad se centraron en los filósofos antiguos, apenas mencionaron el nombre de Nietzsche. Y por cuenta propia nunca había leído ninguno de sus libros. Por eso, un buen día, escogí una buena edición de Así habló Zaratustra, con ensayos preliminares e interminables notas a pie de página, y la coloqué en mis estantes, junto al resto de libros que todavía me falta leer.

Y empecé a leerlo, varios meses atrás, pero como siempre estoy leyendo dos o tres libros al mismo tiempo, lo dejé (con este mal hábito siempre hay libros sacrificados). Y ahora empecé a leerlo de nuevo. Y avancé bastante. Pero me detuve porque, no sé si lo habrás experimentado tú también, querido lector imaginario, sentía que no estaba entendiendo todo lo que debería entender. En el curso de filosofía de mi universidad nos hacían leer las obras de los filósofos que luego analizábamos y discutíamos en clase. Con Nietzsche sentí que faltaba eso, que podía leer uno de sus libros más famosos, pero que, si no tenía después con quien discutirlo, no iba a llegar al otro nivel.

Entonces, la tarde de ayer, hice trampa: lo googleé. Sé que no es lo mismo, sé que el nivel de análisis jamás será igual al que se lograría con una lectura cuidada de sus obras y una discusión posterior, pero lo hice y, si bien en Wikipedia no encontré más de lo que ya sabía (sí, lo sé, Wikipedia, no me juzgues con demasiada dureza), hubo una cita que llamó mi atención:
Según Nietzsche, requeriría un sincero Amor fati («Amor al destino»), no simplemente para sobrellevar, sino para desear la ocurrencia del eterno retorno de todos los eventos exactamente como ocurrieron, todo el dolor y la alegría, lo embarazoso y la gloria, esta repetición, más de emociones y sentimientos que de hechos, es lo que configuraría el tipo y la raza universal y global del por venir, no como una raza de las ya existentes, sino como una posibilidad abierta del hombre inacabado como especie genética y lingüística que debe ser perfilada por el eterno retorno de la superación de sus previos pensamientos y hechos [...]. El Eterno retorno cumple pues dos funciones en la filosofía de Nietzsche. La primera es remarcar el amor a la vida. Los cristianos postulan un paraíso, Platón el mundo de las ideas. Nietzsche dice que después está otra vez la tierra, el mundo: porque no hay nada más. Por otro lado cumple una función ética. Quien acepta el Eterno Retorno, se previene y acepta sus actos. Con el dolor que puedan contraer, con el placer que puedan conllevar: no hay lugar para el arrepentimiento.
No hay lugar para el arrepentimiento. No hay lugar para el arrepentimiento. Eso fue lo que me gustó. No he terminado de leer el libro de Nietzsche todavía (por eso esta entrada no está en la sección de libros leídos), pero si el párrafo de arriba no se equivoca con la interpretación de su obra, entonces creo que yo también estaría de acuerdo con él. Sé que dice mucho más. Sé que son muchas más las ideas que llegó a exponer. Pero esta llamó mi atención ahora, porque últimamente he pensado mucho en cómo se debe evitar a toda costa el arrepentimiento. Es que, no sé dónde lo leí, no sé a quién se lo escuché decir, nos arrepentimos más de las cosas que no hacemos que de aquellas que sí llegamos a hacer. Es completamente cierto, pero este no es el momento ni el lugar para narrarte mis ejemplos. Hacer es casi siempre mejor que no hacer. Porque, cuando hacemos, o logramos algo o nos equivocamos. Pero cuando no hacemos, especialmente cuando es por miedo, marcamos el resto de nuestras vidas con una pregunta capaz de volvernos locos: qué hubiera pasado si. La idea es no arrepentirse. La idea es saber equivocarse. La idea es aprender, pero no dejar de hacer. Y aceptar nuestros actos, porque si los aceptamos como nuestros, los buenos y los malos, es más difícil rechazarlos como algo que nunca debió pasar, es más difícil arrepentirse de ellos. No quiero decir que no debemos aprender de nuestros errores. Claro que debemos. Pero podemos reconocer nuestras equivocaciones para nunca volverlas a repetir sin negarlas por completo, sin desear que nunca hubieran pasado, aceptándolas como una realidad y evitando el arrepentimiento.

Probablemente lo que he dicho no se relaciona para nada con lo que Nietzsche quiso decir. Pero no importa, querido lector imaginario, no importa, porque, por lo menos en esta etapa de mi vida, realmente creo en lo que te dije acerca de arrepentirse, porque es cierto que quiero leer a Nietzsche, pero quiero aprovechar su lectura para que sus libros me impacten como impactaron a los demás. Así que avísame, si es que conoces a alguien con quien pueda discutir Así habló Zaratustra. Imagino que volveré a leer la obra más adelante, porque, por ahora, he quedado enganchada con Los hermanos Karamázov. También había empezado a leer La casa verde, pero, como el libro ruso me está gustando mucho, probablemente esa obra también tendrá que esperar (los malos hábitos siempre, qué puedo hacer).

No hay comentarios:

Publicar un comentario