Hace un par de años llevé un curso sobre el Holocausto. Fue un curso increíblemente interesante porque lo llevé en el extranjero junto a otros estudiantes de intercambio. Los debates que surgían en clase involucraban las opiniones de alemanes, suecos y polacos, por mencionar un par de nacionalidades, y las posturas que se defendían, si bien no se oponían totalmente (felizmente nadie nunca defendió la masacre), sí tenían matices interesantes que enriquecían la discusión.
Pero no voy a hablar del Holocausto, sino de un libro que leí como parte de aquel curso: A History of the Holocaust, de Yehuda Bauer. Para variar, me llamó la atención una cita. En este caso se trata del testimonio de Viktor Frankl, quien escribió sobre la forma en que enfrentaba el día a día en los campos de concentración nazi de los que fue prisionero:
Me obligué a pensar en otras cosas. De pronto, me veía a mí mismo parado en el podio de un bien iluminado, cálido y agradable auditorio. Frente a mí veía a una audiencia atenta sentada en cómodos asientos. ¡Estaba dando una conferencia sobre la psicología en los campos de concentración! Todo lo que me oprimía en ese momento se convertía en algo objetivo, visto y descrito desde el remoto punto de vista científico. Gracias a este método logré, de alguna manera, superar la situación, superar el sufrimiento del momento, y observarlo como si ya hubiese pasado. Tanto yo como mis problemas se convertían en el objeto de un interesante estudio psicológico realizado por mí mismo.
Sirve. Tratar de ver nuestros propios problemas desde otro punto de vista, como lo hacía Viktor Frankl mientras se encontraba en los campos de concentración, sirve. No es lo mismo que desestimarlos en comparación con los problemas del resto (los problemas son relativos, ¿recuerdas?). Es solo adoptar un punto de vista distinto dentro de nosotros mismos, alejarnos un poco de aquello que nos agobia y tratar de verlo como si fuéramos una tercera persona o como si fuéramos nosotros mismos en el futuro, como Viktor Frankl lo solía hacer. Sirve, querido lector imaginario, sirve de verdad. Cuando una situación es insoportable, sirve imaginar que ya pasó todo, sirve imaginarse en otro lugar y en otro tiempo. Yo, por ejemplo, querido lector imaginario, cuando tenía problemas, no solía imaginarme dando conferencias, pero sí me imaginaba convirtiendo todo lo vivido en ficción. Ya no es tan malo entonces, ¿no?
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