martes, 25 de febrero de 2014

Aprovecha ahora que eres joven

Cuando Florentino Ariza la vio por primera vez, su madre lo había descubierto desde antes de que él se lo contara, porque perdió el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama. Pero cuando empezó a esperar la respuesta a su primera carta, la ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor sino a los estragos del cólera. El padrino de Florentino Ariza, un anciano homeópata que había sido el confidente de Tránsito Ariza desde sus tiempos de amante escondida, se alarmó también a primera vista con el estado del enfermo, porque tenía el pulso tenue, la respiración arenosa y los sudores pálidos y moribundos. Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera. Prescribió infusiones de flores de tilo para entretener los nervios y sugirió un cambio de aires para buscar el consuelo en la distancia, pero lo que anhelaba Florentino Ariza era todo lo contrario: gozar de su martirio.
Tránsito Ariza era una cuarentona libre con un instinto de la felicidad malogrado por la pobreza, y se complacía en los sufrimientos del hijo como si fueran los suyos. Le hacía beber las infusiones cuando lo sentía delirar y lo arropaba con mantas de lana para engañar a los escalofríos, pero al mismo tiempo le daba ánimos para que se solazara en su postración.
Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas le decía, que estas cosas no duran toda la vida.
Aprovecha ahora que eres joven, pues, querido lector imaginario, para sufrir y sufrir como si el cólera te hubiera atacado. Aprovecha ahora, mientras puedas, que estas cosas no duran toda la vida, o eso es lo que dicen por ahí. Y, mientras sufres, porque no puedo dejar de decirlo, te recomiendo leer este libro: El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez. En serio, solo léelo.

domingo, 23 de febrero de 2014

Observarlo como si ya hubiese pasado

Hace un par de años llevé un curso sobre el Holocausto. Fue un curso increíblemente interesante porque lo llevé en el extranjero junto a otros estudiantes de intercambio. Los debates que surgían en clase involucraban las opiniones de alemanes, suecos y polacos, por mencionar un par de nacionalidades, y las posturas que se defendían, si bien no se oponían totalmente (felizmente nadie nunca defendió la masacre), sí tenían matices interesantes que enriquecían la discusión.

Pero no voy a hablar del Holocausto, sino de un libro que leí como parte de aquel curso: A History of the Holocaust, de Yehuda Bauer. Para variar, me llamó la atención una cita. En este caso se trata del testimonio de Viktor Frankl, quien escribió sobre la forma en que enfrentaba el día a día en los campos de concentración nazi de los que fue prisionero:
Me obligué a pensar en otras cosas. De pronto, me veía a mí mismo parado en el podio de un bien iluminado, cálido y agradable auditorio. Frente a mí veía a una audiencia atenta sentada en cómodos asientos. ¡Estaba dando una conferencia sobre la psicología en los campos de concentración! Todo lo que me oprimía en ese momento se convertía en algo objetivo, visto y descrito desde el remoto punto de vista científico. Gracias a este método logré, de alguna manera, superar la situación, superar el sufrimiento del momento, y observarlo como si ya hubiese pasado. Tanto yo como mis problemas se convertían en el objeto de un interesante estudio psicológico realizado por mí mismo.
Sirve. Tratar de ver nuestros propios problemas desde otro punto de vista, como lo hacía Viktor Frankl mientras se encontraba en los campos de concentración, sirve. No es lo mismo que desestimarlos en comparación con los problemas del resto (los problemas son relativos, ¿recuerdas?). Es solo adoptar un punto de vista distinto dentro de nosotros mismos, alejarnos un poco de aquello que nos agobia y tratar de verlo como si fuéramos una tercera persona o como si fuéramos nosotros mismos en el futuro, como Viktor Frankl lo solía hacer. Sirve, querido lector imaginario, sirve de verdad. Cuando una situación es insoportable, sirve imaginar que ya pasó todo, sirve imaginarse en otro lugar y en otro tiempo. Yo, por ejemplo, querido lector imaginario, cuando tenía problemas, no solía imaginarme dando conferencias, pero sí me imaginaba convirtiendo todo lo vivido en ficción. Ya no es tan malo entonces, ¿no?

lunes, 17 de febrero de 2014

5 de 40 (o cupcakes helados)

Los cupcakes prometidos (que, si lo piensas detenidamente, querido lector imaginario, no son cupcakes propiamente dichos). Son pirotines de chocolate comestibles, rellenos de brownie de chocolate y helado de vainilla y mucho fudge. No hay nada en esa combinación que suene mal, aunque, debo advertirlo, si te empalagas rápido, entonces tal vez no puedas terminar uno.

Bueno, bueno, comencemos. Los pirotines de chocolate se hacen con chocolate bitter, pero usé el de leche porque a mi hermana le gusta más. Tenía que derretirlo en el microondas para después cubrir los moldes con una brocha, pero, por esas cosas de la vida que a veces no entendemos, el chocolate jamás se derritió. O sí se derritió, pero no conforme a mis expectativas, porque yo esperaba ver el chocolate como cuando lo derrites a Baño María con un poco de mantequilla. Entonces yo lo puse más tiempo en el microondas, y luego un poco más, y un poco más, y, cuando me di cuenta, el chocolate se había empezado a secar.


Como no teníamos más chocolate para empezar de nuevo, decidí tratar de hacer los pirotines de todas formas. Así que, con la ayuda de una cucharita, porque la brocha ya no servía, cubrí las paredes del molde con chocolate y esperé lo mejor. ¡Y resultó! Y aunque uno, al momento de desmoldarlo, se rompió, el problema pudo solucionarse con un poco de fudge.


El brownie se hace muy rápido (aunque yo no debería hacer ningún comentario porque mi hermana lo preparó). Cuando se enfrió lo cortamos con cuidado y, como los pirotines por dentro no habían quedado prolijos (recuerda que los hice con la ayuda de una cucharita), pulverizamos un poco de brownie para llenar los espacios vacíos. Luego solo tienes que armarlos y colocarles el helado encima. Esta es la parte más divertida, por lo menos para mí. Puedes guardarlos listos en la congeladora y en teoría no tendrías ningún problema, pero nosotras creímos que era mejor tener listas solo las bases y agregar el helado solo cuando los fuéramos a comer.



Una advertencia que sí necesito hacerte, querido lector imaginario, es que estos cupcakes tienen demasiado chocolate. El pirotín de chocolate, el brownie de chocolate y el fugde que sirve para colocar el segundo dentro del primero de forma más prolija te pueden empalagar con facilidad. A mí me empalagaron rapidísimo. Y yo suelo sorprender a las personas por la cantidad de chocolate que puedo comer. Pero quedan muy bonitos. En teoría debían salirnos doce, pero, con todas las dificultades técnicas al momento de preparar los pirotines de chocolate, solo nos salieron seis. Eso sí, nos sobró bastante brownie, casi toda la botella de fudge y mucho helado que definitivamente comeremos después. Imagino que, si hubiera derretido bien el chocolate y no hubiera necesitado utilizar el doble para cada pirotín, las cantidades hubieran sido un poquito más precisas.


Estos cupcakes son perfectos para el verano. Si bien el chocolate llegó a empalagarme, empiezo a pensar que el motivo verdadero fue que pasé toda la tarde probando un poquito de brownie, un poquito del chocolate para las bases, otro poquito de brownie y otro poquito de chocolate más. Las personas a las que se los servimos los terminaron y dijeron que estaban bastante ricos, aunque reconozco que, cuando estás frente a la persona que preparó lo que en ese momento estás comiendo, no tienes otra opción. Por cierto, lo que ves atrás es un Tocino del cielo, por si te lo preguntas, con un par de velas azules encima porque celebrábamos el cumpleaños de mi hermano mayor. Estuvo muy rico, el Tocino del cielo, pero debes admitir que más bonitos se ven los cupcakes helados, ¿sí o no? Además, son mucho más originales, piénsalo. Qué mejor que cupcakes rellenos de brownie y helado en verano para celebrar tu cumpleaños. Como dije desde un principio: no hay nada en esa combinación que suene mal.

Posdata (el día siguiente): ¿recuerdas que te dije que estos cupcakes eran muy empalagosos? Mi mamá se comió el último hoy y yo, por supuesto, probé un poco. Perfecto. Resulta que nos habían parecido muy empalagosos porque habíamos estado comiendo chocolate todo el día y no tanto porque lo fueran de verdad. Además, el helado de vainilla lo arregla todo.

jueves, 13 de febrero de 2014

4 de 40 (o cupcakes de limón y hierbaluisa)

Lo sé, lo sé, se suponía que prepararía los cupcakes helados, pero mi dentista me dijo que por diez días solo podía comer alimentos blancos, así que lo tuvimos que posponer. Pero valió la pena, porque si en este momento te estoy escribiendo es solo porque se acabaron los cupcakes de limón y hierbaluisa que terminamos preparando. Si no, seguiría comiendo.

Ahora, estos cupcakes resultaron, cómo decirlo, un poco complicados. Digamos que mi hermana y yo tuvimos un par de problemas técnicos con el bizcocho y el frosting, pero el resto nos salió bien. ¿Captaste el sarcasmo, querido lector imaginario? Lo curioso es que, a pesar de aquellos problemas técnicos, los cupcakes salieron ridículamente ricos. Ridículamente ricos, te digo. Pero vamos paso a paso, para que puedas entender.

Lo primero que hicimos fue preparar el jarabe de hierbaluisa. No es nada del otro mundo, pero como yo de todas formas tomé fotos (últimamente le tomo fotos a todo).


Los bizcochitos de limón salieron bien. Excepto por un detalle: el polvo de hornear. Lo olvidamos, así que no crecieron mucho. Pero, bueno, esas cosas suelen pasar. Lo que hicimos fue cortar los bordes sobrantes de los pirotines para que pareciera que salieron de tamaño justo. Hay que usar el ingenio, ¿no?

Algo que disfruté muchísimo, por cierto, antes de meterlos al horno, fue rellenar los pirotines con una cuchara especial para helados. Es súper práctico, porque te permite echarle la misma cantidad de masa a cada molde, y sin ensuciarte tanto. También disfruté muchísimo pintar los bizcochitos con el jarabe que preparamos. Se les tienen que hacer huequitos con un mondadientes primero, por supuesto, para que le entre todo el sabor.


El frosting fue lo más difícil, no porque realmente fuera difícil (el procedimiento descrito en la receta es bastante simple), sino porque simplemente no nos salió. No me preguntes por qué, porque no lo sé. El punto es que los picos nunca se formaron y, cuando decidimos agregarle un poco más de azúcar en polvo pensando que eso lograría el efecto deseado, la mezcla se arruinó. Tenemos un par de teorías. Puede ser que alguno de los ingredientes estuviese malogrado, como la crema de leche, por ejemplo. O puede ser que batimos la mezcla por mucho tiempo, o por muy poco tiempo, o a una velocidad no apropiada, no lo sé. 


Pero salieron bien, después de todo. No teníamos frosting y no nos animamos a rehacerlo (era casi media noche, espero que lo puedas entender), así que decidimos improvisar un poco y decorar los bizcochitos con azúcar impalpable, un par de hojitas de hierbaluisa y un poquito de ralladura de limón.


No quedaron mal, ¿verdad? Se ven ricos y, como cortamos los bordes sobrantes de los pirotines, no se nota que no crecieron mucho porque olvidamos el polvo de hornear. Estos cupcakes fueron un poco accidentados, por decirlo de alguna forma, pero, aunque no me creas, se han convertido en mis nuevos favoritos. Lo sé, lo sé, lo sé. Ya dije que los cheescake cupcakes eran mis favoritos, pero lo fueron hasta que probé estos de aquí. Es que la combinación de limón y hierbaluisa... tienes que probarlos, querido lector.


Y lo siento si es que no tengo una foto más bonita del cupcake (¿o muffin?) por dentro, pero, para cuando recordé que quería tomarle una foto, esto era todo lo que quedaba.

viernes, 7 de febrero de 2014

¡Maldito sea Copérnico!

—Ah, mi querido padre —le digo yo, sentado en el poyo, descansando la barbilla en la empuñadura de mi bastón, mientras él atiende a sus lechugas—. No me parece que sea tiempo, éste, de escribir libros, ni siquiera por diversión. En la literatura, como en todo lo demás, me limito a repetir mi acostumbrado estribillo: ¡Maldito sea Copérnico!
—¿Pero a ver, qué pinta Copérnico? —exclama el padre Eligio, subiéndose la falda del hábito, el rostro encendido bajo el maltrecho sombrero de paja. 
—Pinta, padre, pinta. Porque cuando la tierra no giraba... 
—¡Y dale! ¡Pero siempre ha girado! 
—No es verdad. El hombre no lo sabía y por lo tanto era como si no girase. Para mucha gente, aún hoy, no gira. Se lo hice saber el otro día a un viejo campesino y ¿sabe usted lo que me contestó? Que era una buena excusa para los borrachos. Además, y con perdón, precisamente usted no irá a poner en duda que Josué paró el sol. Pero dejemos eso. Lo que yo digo es que, en los tiempos en que la tierra no giraba y el hombre, vestido de griego o de romano, tanta ostentación hacía y tan alto concepto tenía de sí mismo y tan satisfecho se sentía de su propia dignidad, sí creo que podía tener buena acogida una narración minuciosa y llena de detalles inútiles. ¿Es cierto o no que en Quintiliano se lee, como usted me ha enseñado, que la historia debería hacerse con el propósito de contarla y no de demostrarla? 
—No lo niego —responde el padre Eligio—, pero no es menos cierto que nunca se han escrito libros tan minuciosos, tan atentos a los más recónditos detalles, como desde que, según dice usted, la tierra se puso a girar. 
—¡Sí, bueno! El señor conde se levantó temprano, a las ocho y media en punto... La señora condesa se puso un vestido lila con profusa guarnición de encajes en el cuello... Teresina se moría de hambre... Lucrecia tenía mal de amores... ¡Oh, Santo Dios! ¿Pero qué quiere usted que me importe todo eso? ¿Es verdad o no es verdad que nos hallamos sobre una peonza invisible, a la que sirve de cordel un hilillo de luz del sol, sobre un granito de arena enloquecido que gira, gira y gira, si saber por qué, sin llegar nunca a ningún destino, como si le divirtiera girar así, haciéndonos sentir ora un poco más de frío, ora un poco más de calor, y haciéndonos morir —a menudo con la conciencia de haber cometido un cúmulo de fútiles tonterías— después de cincuenta o sesenta vueltas? Copérnico, mi buen padre Eligio, Copérnico ha arruinado a la humanidad, irremediablemente. Ya todos hemos ido aprendiendo a asumir la novedad, la concepción de nuestra infinita pequeñez, a considerarnos, con todos nuestros magníficos inventos y descubrimientos, menos que nada en el Universo. ¿Y qué valor quiere usted entonces que tengan las noticias, no digo ya de nuestras miserias particulares, sino de las grandes calamidades? Historias de gusanillos, las nuestras, ahora. ¿Ha leído lo de esa pequeña catástrofe en las Antillas? Nada, que la tierra, pobrecilla, cansada de dar vueltas —como dice el canónigo polaco— sin ninguna finalidad, ha sufrido una pequeña sacudida de impaciencia y ha resoplado algo de fuego por una de sus bocas. A saber qué habrá sido lo que le ha provocado esa especie de bilis. Quizá la estupidez de los hombres, que no habían sido nunca tan cargantes como ahora. En definitiva: varios miles de gusanos chamuscados. Y los demás a tirar para delante: a ver quién se acuerda. 
La cita es de El difunto Matías Pascal, de Luigi Pirandello. El libro lo leí para un curso de literatura italiana que llevé como electivo en la universidad (fue, para mí, el curso más importante del ciclo). Lo recomiendo muchísimo, no solo por reflexiones cómo esta que se cuelan en el relato sino también por el relato en sí mismo, que es increíblemente interesante y bastante entretenido. Entonces, ¿qué piensas, querido lector imaginario? ¿También, tal vez de forma no tan clara, se te ha ocurrido lo que se expresa en la cita anterior? Tal vez también te ha desconcertado la idea y, aunque tal vez sin maldecir a Copérnico, has, por una fracción de segundo, dejado de creer que todo lo que sucede en el mundo, en este pequeño e insignificante mundo, tiene sentido. Tal vez tú también lo olvidaste pronto porque sería increíblemente difícil (¿o increíblemente fácil?) vivir con una idea como esta metida todo el tiempo en la cabeza. Mejor termina de leer la cita y disculpa mi interrupción.
El padre Eligio Pellegrinotto, sin embargo, me hace notar que, por muchos esfuerzos que hagamos con la cruel pretensión de extirpar, de destruir las ilusiones que la próvida naturaleza ha creado en bien nuestro, nunca lo conseguimos. Afortunadamente, el hombre se abstrae con facilidad.
Eso es cierto. Nuestro ayuntamiento, ciertas noches marcadas en el calendario, manda no encender las farolas, dejándonos muchas veces —si está nublado— a oscuras. Lo que quiere decir que, en el fondo, aún hoy creemos que la luna no está en el cielo sino para darnos luz de noche, lo mismo que el sol de día, y las estrellas para ofrecernos un espectáculo sensacional. Seguro. Y a menudo y de buen grado olvidamos que somos átomos infinitesimales y nos da por respetarnos y admirarnos unos a otros, y somos capaces de zurrarnos por un pedacito de tierra o de dolernos de ciertas cosas que, caso de estar realmente imbuidos de lo que somos, tendrían que parecernos inconmensurables trivialidades.

jueves, 6 de febrero de 2014

Espaguetti Hot Dog

Mi hermana vio esto en Internet y no se pudo resistir.
No necesito decir mucho más.
A las fotos me remito.

Paso uno

Paso dos

Paso tres

¡Disfruta, querido lector imaginario!
Nosotras le echamos queso rallado encima y nos bastó.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Los problemas son relativos

Quería reproducir una cita para ti, querido lector imaginario. ¿El libro? Las ventajas de ser invisible, o The perks of being a Wallflower, si prefieres el nombre original. El libro lo lees en un día, si quieres. No es muy largo y tiene un lenguaje bastante sencillo. Pero me gustó muchísimo. Probablemente su autor no gane el próximo Premio Nobel (de hecho, no siempre recuerdo su nombre), pero igual me pareció un buen libro. Tal vez sea porque es una novela epistolar, una suerte de diario, como el de Ana Frank, y a mí me gustan mucho ese tipo de libros. O tal vez sea porque es una novela para jóvenes y, cómo joven (joven bastante inmadura, por cierto), me enganché. Pero, en fin, he la cita aquí:
Creo que, si alguna vez tengo hijos y están irritados, no les diré que la gente se muere de hambre en China ni nada parecido, porque no cambiaría el hecho de que estén disgustados. E incluso si otra persona lo tiene mucho peor, eso realmente no cambia el hecho de que tú tienes lo que tienes. Bueno y malo. Como lo que mi hermana dijo cuando yo llevaba ya una temporada en el hospital. Dijo que estaba muy preocupada por ir a la universidad y, en comparación con lo que yo estaba pasando, se sentía muy tonta. Pero no sé por qué se iba a sentir tonta. Yo también estaría preocupado. Y, en serio, no creo que yo lo tenga mejor ni peor que ella. No sé. Es diferente. Quizá sea bueno poner las cosas en perspectiva, pero, a veces, creo que la única perspectiva es estar allí de verdad.
¿Qué piensas? ¿Tiene razón el narrador o no? ¿Son los problemas relativos o no? No sé si a ti te ha pasado, pero a mí sí. Cuando he tenido problemas (cuando los tengo todavía), trato de decirme que mis problemas, en comparación a los de otros, no son tan graves. Trato de decirme que yo no merezco preocuparme o sufrir. Y está bien hacerlo. Está bien poner las cosas en perspectiva, pero no debemos desestimarlos, de eso me he convencido. Saber que los padres de un amigo sufrieron un accidente grave probablemente te hagan pensar que no está bien que tú, con tus padres sanos en casa, te preocupes tanto porque tu enamorado no te llama seguido. Y está bien que te haga pensar eso, en la medida en que puedas estar más agradecida con la vida y aprendas a valorar lo que tienes. Pero no está bien, eso creo, eso cree el narrador, pensar que tu problema particular, tu preocupación inmediata, no sea válida también. Porque el ejemplo del enamorado que no llama parece un poco tonto, pero digamos que no llama casi nunca, digamos que realmente estás empezando a creer que ya no te quiere, digamos que estás muy enamorada y te duele muchísimo solo pensar que él no esté enamorado de ti (lo sé, muy melodramática, pero así recordarás mejor el ejemplo). Entonces tal vez el ponerte las cosas en perspectiva te ayude un poco, pero no cambiará los hechos, no hará que de pronto tus problemas, tus insignificantes problemas, ante los ojos de otros, se solucionen en un dos por tres.

Un chico una vez me dijo, cuando trataba de explicarle por qué me sentía mal en ese momento, que yo no tenía idea de lo que era un problema de verdad. Yo sabía que él también tenía problemas graves entonces. Yo misma, mientras le contaba mis cosas, me sentía un poco estúpida porque sabía que él, como el narrador de la cita de arriba, lo tenía, en teoría, peor que yo. Pero eso no cambiaba mucho las cosas. Sobre todo porque, eso el chico no lo sabía, yo antes también había tenido problemas graves, parecidos a los suyos, pero esos problemas no me habían hecho sentir tan mal. Esos problemas, los graves, los horrendos, los legítimos, no me habían afectado tanto. En cambio esos otros, los problemas que el resto de personas llamaría tontos, casi acaban conmigo y, de nuevo, lo siento por el melodrama, pero es la verdad. Nunca sabemos cómo y cuánto nos afectarán las cosas. Tal vez, para el narrador de la cita de arriba, estar en el hospital no era tan malo, como sí lo era para su hermana su preocupación por ir a la universidad. Tal vez hay cosas insignificantes que nos afectan muchísimo y cosas muy graves con las que, quién sabe por qué, sí podemos lidiar. ¿Entonces cuáles son realmente los problemas graves? ¿Aquellos que son graves para la opinión pública o aquellos que nos afectan de verdad? También depende de cada persona, por supuesto, porque mientras algunos pueden lidiar con todo, otros, con algo pequeño, se pueden derrumbar. Pero ahí lo dejo, querido lector imaginario, porque creo que de nuevo he escrito mucho y no he dicho nada, para variar. Te recomiendo el libro, no porque sea una obra maestra (o quizás sí lo es), sino porque es entretenido. Además, porque tiene pequeñas sorpresas, como esa cita que me gustó tanto, que te pueden hacer pensar. Si quieres también puedes ver la película (sale Emma Watson), pero ya sabes que no es lo mismo, nunca lo es.

martes, 4 de febrero de 2014

Que alguien me hable de Nietzsche

Una vez, hace mucho tiempo, una amiga me presentó a su enamorado. Era un chico bueno y se notaba que la quería mucho, pero lo que más recuerdo de ese encuentro es que, después de pasar cerca de dos horas discutiendo sobre El Señor de los Anillos y Harry Potter (yo le decía que para mí Harry Potter era lo máximo, pero que, como no había leído la otra serie, admitía que podía ser mejor), me dijo que él tampoco había leído El Señor de los Anillos, que había visto las películas infinitas veces, que había asistido a reuniones especializadas, que incluso había leído ensayos y artículos sobre Tolkien, pero que los libros, las novelas, no, esas no. Perdió toda su autoridad, ¿no crees, querido lector imaginario? Lo mismo pasaría ahora conmigo si empiezo a hablar de Nietzsche sin haber leído por lo menos una obra suya de principio a fin.

Yo no sé mucho de él. En el único curso de filosofía que llevé en la universidad se centraron en los filósofos antiguos, apenas mencionaron el nombre de Nietzsche. Y por cuenta propia nunca había leído ninguno de sus libros. Por eso, un buen día, escogí una buena edición de Así habló Zaratustra, con ensayos preliminares e interminables notas a pie de página, y la coloqué en mis estantes, junto al resto de libros que todavía me falta leer.

Y empecé a leerlo, varios meses atrás, pero como siempre estoy leyendo dos o tres libros al mismo tiempo, lo dejé (con este mal hábito siempre hay libros sacrificados). Y ahora empecé a leerlo de nuevo. Y avancé bastante. Pero me detuve porque, no sé si lo habrás experimentado tú también, querido lector imaginario, sentía que no estaba entendiendo todo lo que debería entender. En el curso de filosofía de mi universidad nos hacían leer las obras de los filósofos que luego analizábamos y discutíamos en clase. Con Nietzsche sentí que faltaba eso, que podía leer uno de sus libros más famosos, pero que, si no tenía después con quien discutirlo, no iba a llegar al otro nivel.

Entonces, la tarde de ayer, hice trampa: lo googleé. Sé que no es lo mismo, sé que el nivel de análisis jamás será igual al que se lograría con una lectura cuidada de sus obras y una discusión posterior, pero lo hice y, si bien en Wikipedia no encontré más de lo que ya sabía (sí, lo sé, Wikipedia, no me juzgues con demasiada dureza), hubo una cita que llamó mi atención:
Según Nietzsche, requeriría un sincero Amor fati («Amor al destino»), no simplemente para sobrellevar, sino para desear la ocurrencia del eterno retorno de todos los eventos exactamente como ocurrieron, todo el dolor y la alegría, lo embarazoso y la gloria, esta repetición, más de emociones y sentimientos que de hechos, es lo que configuraría el tipo y la raza universal y global del por venir, no como una raza de las ya existentes, sino como una posibilidad abierta del hombre inacabado como especie genética y lingüística que debe ser perfilada por el eterno retorno de la superación de sus previos pensamientos y hechos [...]. El Eterno retorno cumple pues dos funciones en la filosofía de Nietzsche. La primera es remarcar el amor a la vida. Los cristianos postulan un paraíso, Platón el mundo de las ideas. Nietzsche dice que después está otra vez la tierra, el mundo: porque no hay nada más. Por otro lado cumple una función ética. Quien acepta el Eterno Retorno, se previene y acepta sus actos. Con el dolor que puedan contraer, con el placer que puedan conllevar: no hay lugar para el arrepentimiento.
No hay lugar para el arrepentimiento. No hay lugar para el arrepentimiento. Eso fue lo que me gustó. No he terminado de leer el libro de Nietzsche todavía (por eso esta entrada no está en la sección de libros leídos), pero si el párrafo de arriba no se equivoca con la interpretación de su obra, entonces creo que yo también estaría de acuerdo con él. Sé que dice mucho más. Sé que son muchas más las ideas que llegó a exponer. Pero esta llamó mi atención ahora, porque últimamente he pensado mucho en cómo se debe evitar a toda costa el arrepentimiento. Es que, no sé dónde lo leí, no sé a quién se lo escuché decir, nos arrepentimos más de las cosas que no hacemos que de aquellas que sí llegamos a hacer. Es completamente cierto, pero este no es el momento ni el lugar para narrarte mis ejemplos. Hacer es casi siempre mejor que no hacer. Porque, cuando hacemos, o logramos algo o nos equivocamos. Pero cuando no hacemos, especialmente cuando es por miedo, marcamos el resto de nuestras vidas con una pregunta capaz de volvernos locos: qué hubiera pasado si. La idea es no arrepentirse. La idea es saber equivocarse. La idea es aprender, pero no dejar de hacer. Y aceptar nuestros actos, porque si los aceptamos como nuestros, los buenos y los malos, es más difícil rechazarlos como algo que nunca debió pasar, es más difícil arrepentirse de ellos. No quiero decir que no debemos aprender de nuestros errores. Claro que debemos. Pero podemos reconocer nuestras equivocaciones para nunca volverlas a repetir sin negarlas por completo, sin desear que nunca hubieran pasado, aceptándolas como una realidad y evitando el arrepentimiento.

Probablemente lo que he dicho no se relaciona para nada con lo que Nietzsche quiso decir. Pero no importa, querido lector imaginario, no importa, porque, por lo menos en esta etapa de mi vida, realmente creo en lo que te dije acerca de arrepentirse, porque es cierto que quiero leer a Nietzsche, pero quiero aprovechar su lectura para que sus libros me impacten como impactaron a los demás. Así que avísame, si es que conoces a alguien con quien pueda discutir Así habló Zaratustra. Imagino que volveré a leer la obra más adelante, porque, por ahora, he quedado enganchada con Los hermanos Karamázov. También había empezado a leer La casa verde, pero, como el libro ruso me está gustando mucho, probablemente esa obra también tendrá que esperar (los malos hábitos siempre, qué puedo hacer).

domingo, 2 de febrero de 2014

3 de 40 (o cheesecake cupcakes)

¡Nuevos cupcakes! Aunque esta vez debo admitir que no los preparé yo, sino que fueron obra de mi hermana. Yo llegué a casa cuando estaban listos, para hacer la prueba de calidad correspondiente (trabajo sacrificadísimo, como te podrás imaginar, querido lector).

Estos son los cupccakes de Paloma (los créditos de la foto siempre en el libro de Miss Cupcakes):


Y esta es nuestra propia versión (la de mi hermana, para ser justa):


La canasta y la manta en el jardín no son parte de una pretenciosa sesión de fotos, just in case, si no que, el día siguiente, me reuní para almorzar con dos amigas en El Olivar, un parque de Lima, y no resistí la tentación de llevar un par de cupcakes para endulzar el picnic que teníamos planeado. Como ves, querido lector imaginario, los cupcakes de mi hermana tienen menos chocolate por encima que los de Paloma, pero creo que eso solo se debe a la manera en que se coloca la masa del cheesecake sobre la del chocolate al momento de rellenar los pirotines. No puedo decir mucho más sobre esta receta, porque solo vi el resultado y no el proceso. Lo que sí puedo decir es que salieron riquísimos. Sé que solo hemos preparado tres, pero, hasta el momento, estos cheesecake cupcakes son mis favoritos.

¿Todavía no sabes por qué preparo cupcakes?
Dale una mirada a esto.

¿Quieres saber qué cupcakes prepararemos después?
Creo que los cupcakes helados. Pirotines de chocolate, brownie, helado.
No hay forma de que esta receta no tenga un final feliz.