Soy una ciclista urbana. ¿Qué quiere decir eso? Pues que utilizo la bicicleta para desplazarme por la ciudad. Uso la bicicleta para ir a la universidad, al trabajo, a mis clases de francés y de italiano y, a veces, simplemente para relajarme y hacer un poco de ejercicio. O por lo menos así era hasta hace varias semanas. Desde que empecé este ciclo en la universidad, querido lector imaginario, he dejado mi bicicleta a un lado y he vuelto a la pesadilla que es el transporte público. Primero por comodidad: tenía que cargar con muchos libros y en la canastita de mi bicicleta a las justas entraban. Después por simple y pura flojera: el sol del verano que ya se está yendo me quitaba las ganas de pedalear.
Lo que me propongo desde ahora es volver a mis antiguos hábitos. No solo porque es saludable para mí y para el medio ambiente, sino porque realmente me gusta y no debería dejar que la flojera se interponga entre lo que me gusta y yo. A veces es complicado usar la bicicleta para ir a algunos sitios (si vives en Lima, querido lector imaginario, y alguna vez has intentado cruzar una calle cualquiera, te habrás dado cuenta de que la mayoría de conductores piensan que ellos tienen la prioridad sobre el ciclista y el peatón). Pero eso debería imponerse. Después de todo, nadie podrá negar que manejar bicicleta en Lima, aunque probablemente muchas veces más peligroso que en otras ciudades, es también más divertido. Si mis padres supieran la cantidad de veces que he estado a punto de tener un accidente no me dejarían salir más. Pero, bueno, bueno, volviendo al tema, quiero retomar ese antiguo hábito y así de paso hacer más ejercicio. A veces me cuesta muchísimo levantarme temprano para ir a dar un par de vueltas al malecón, pero hoy lo hice y regresé con tiempo para bañarme e ir a clases. Por qué no hacerlo más seguido, digo yo. Además, siendo pragmáticos, con tantos cupcakes que preparo, necesito alguna actividad como esta para mantener el equilibro, ¿no?