Mario Vargas Llosa había dicho, creo que en el ensayo que hizo sobre Madame Bovary, La orgía perpetua, que cuando Los hermanos Karamázov llegó a sus manos no pudo desprenderse del libro hasta el día siguiente, que lo leyó de corrido en una sola noche, que fue tanta su emoción que hasta se olvidó de dormir y comer. Yo a Dostoievski ya lo había leído en Crimen y castigo y me había gustado mucho, así que empecé a leer esta segunda obra suya con ilusión. Y me gustó mucho también, pero no esperaba que me tomara tanto tiempo terminarla, en especial después de haber leído cuánto le tomó a Varguitas. Creo que desde que, desde que empecé, ya ha pasado más de un mes.
Pero no le echemos la culpa al autor, querido lector imaginario. Es cierto que para nosotros, los lectores de esta época, sus largos discursos y monólogos interiores pueden, a veces resultarnos tediosos. Pero esa es culpa de nuestro tiempo y no del autor. Así como es culpa mía no haberle dedicado más tiempo a la lectura, creo yo.
Como esta obra, en la edición que leí, tiene más de mil páginas, no saqué citas de ellas. Casi todos los fragmentos que me llamaron la atención consistían en monólogos o conversaciones de varias páginas, así que extraerlas y copiarlas aparte hubiera sido poco práctico. Solo escogí una pequeña cita, una que probablemente no tiene mucha importancia, pero que igual la dejaré por aquí, como para celebrar que por fin terminé de leer a este afamado escritor ruso.
—Qué, ¿cree que estoy borracho?
—Borracho no, algo peor.
—Tengo borracho el espíritu, el espíritu tengo borracho, y basta, basta...
Dejando esto de lado, ¿tienes alguna sugerencia sobre lo que podría leer después? Algo ligero, te lo ruego, querido lector imaginario. No quiero pasar otra vez un mes con un solo libro. Qué floja, lo sé.
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