En la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL, para los amigos) no solo se venden y se compran libros. La FIL también es un espacio de encuentro y diálogo para quienes gustan de la literatura, el arte, la edición y las políticas culturales, espacio que este año decidí aprovechar. Así, en lugar de ir un par de veces solamente, opté por inscribirme en las Jornadas Profesionales que, además de permitirme participar en eventos especiales dirigidos a los "profesionales de la cadena de valor del libro", me permiten ingresar libremente, todos los días, a la FIL.
Maravilloso, ¿no? El único problema de una entrada ilimitada al lugar que concentra la mayor cantidad de libros, libreros y librerías de la ciudad, en mi caso particular, es que corro el riesgo de gastar demasiado (solo recuerda cuántos libros compré solo en el primer día de la FIL de hace dos años). Pero no me preocupa mucho. Es decir, sí, sí me preocupa porque el dinero no me sobra. Pero creo que si tengo que gastar de alguna u otra forma lo poco que gano, gastarlo en libros es una de las mejores formas de hacerlo (la otra es en viajes, por supuesto).
Así, este domingo 23, fui a la FIL con una meta concreta en mente: conseguir el nuevo libro de Diego Trelles Paz. Lo hice, además de comprar algunos otros libros, y luego me dirigí a uno de los eventos que había llamado mi atención en el infinito catálogo de la FIL que previamente había estudiado y resaltado: Las nuevas migraciones. Diálogo entre Antonio Ortuño, Diego Trelles y Juan Sebastián Cárdenas.
Este evento tenía como propósito discutir la relevancia o irrelevancia de la experiencia cosmopolita de los narradores contemporáneos al momento de escribir. Diego Trelles (peruano que vivió por varios años en Estados Unidos y que vive en París actualmente) empezó con una pregunta para los otros dos ponentes, Juan Sebastián Cárdenas (colombiano que hizo su vida en España) y Antonio Ortuño (mexicano que, al contrario de los dos primeros, vivió toda su vida en Guadalajara): ¿Se está repitiendo la experiencia de los escritores del boom con los nuevos narradores latinoamericanos? A mí este tema me interesa muchísimo, pues esta suerte de cosmopolitismo es efectivamente una característica que he podido encontrar en muchos de los más recientes narradores peruanos. De hecho, Trelles luego llevó la discusión a la existencia o no de una generación de nuevos narradores latinoamericanos: ¿Se ha perdido la idea de generación en la actualidad? ¿Qué es aquello que nos une como escritores latinoamericanos?
Así, este domingo 23, fui a la FIL con una meta concreta en mente: conseguir el nuevo libro de Diego Trelles Paz. Lo hice, además de comprar algunos otros libros, y luego me dirigí a uno de los eventos que había llamado mi atención en el infinito catálogo de la FIL que previamente había estudiado y resaltado: Las nuevas migraciones. Diálogo entre Antonio Ortuño, Diego Trelles y Juan Sebastián Cárdenas.
Este evento tenía como propósito discutir la relevancia o irrelevancia de la experiencia cosmopolita de los narradores contemporáneos al momento de escribir. Diego Trelles (peruano que vivió por varios años en Estados Unidos y que vive en París actualmente) empezó con una pregunta para los otros dos ponentes, Juan Sebastián Cárdenas (colombiano que hizo su vida en España) y Antonio Ortuño (mexicano que, al contrario de los dos primeros, vivió toda su vida en Guadalajara): ¿Se está repitiendo la experiencia de los escritores del boom con los nuevos narradores latinoamericanos? A mí este tema me interesa muchísimo, pues esta suerte de cosmopolitismo es efectivamente una característica que he podido encontrar en muchos de los más recientes narradores peruanos. De hecho, Trelles luego llevó la discusión a la existencia o no de una generación de nuevos narradores latinoamericanos: ¿Se ha perdido la idea de generación en la actualidad? ¿Qué es aquello que nos une como escritores latinoamericanos?
No voy a abordar todos los puntos discutidos, por supuesto, porque para eso debiste asisitir a la charla, querido lector imaginario, pero sí me llamaron la atención varias afirmaciones que surgieron durante los cuarenta y cinco minutos que duró el evento (que quedaron chiquitos). Cárdenas, por ejemplo, nos recordó cómo el periodismo y la academia son los dos grandes refugios de los escritores. Ortuño, por otro lado, explicó cómo para él la relación que en la actualidad tenemos con la generación del boom es muy parecida a la que tenemos con los Beatles o los Rolling Stones, pues de alguna manera todos los tenemos incorporados en nuestro imaginario mental, incluso si no los hemos leído con cuidado, incluso si no los hemos escuchado. Trelles, además de comentar todo esto, mencionó algo que me permitirá abordar un nuevo tema a continuación (y que tiene que ver con el título de esta entrada, dicho sea de paso): para él, en comparación con la generación del boom, se ha perdido la imagen del escritor como la de un rock star, como la de un personaje lejano al público lector.
A Diego Trelles Paz yo lo empecé a leer a partir de una recomendación que un compañero de la Maestría en Literatura en San Marcos me hizo. Y me encantó desde un principio (solo recuerda este pequeño fragmento que te dejé el año pasado). De hecho, a partir de la lectura de los libros de Trelles, recuperé cierta esperanza sobre los escritores peruanos contemporáneos (aunque suene algo antipática, admito que pensaba que no había literatura actual buena y seguía leyendo a autores de generaciones anteriores, a autores ya consagrados). Así descrubrí, por ejemplo, a Francisco Ángeles, otro escritor que me gusta mucho y de quien espero escribir algo en este blog pronto. Y también descubrí a otros autores peruanos que me parecieron buenos, aunque Trelles y Ángeles siguen encabezando la lista, por lo menos para mí. Entonces, el año pasado, después de haberlo ya leído, fui a una charla en la AntiFIL a la que iba a ir Trelles. No sabía si acercarme a él o no al final de la charla, porque en general soy muy torpe y no quería hacer un papelón (después te tengo que contar, querido lector imaginario, sobre el incidente que tuve con Jeremías Gamboa; te vas a reír). Pero al final me animé (mis amigos me animaron) y me acerqué a él con tres libros suyos que tenía en mis manos. Y, aunque torpe, el pequeño intercambio de palabras que tuve con él fue bastante bueno. No solo me firmó los tres libros (en cada uno de ellos escribió una dedicatoria diferente) sino que además me dijo que cuando terminara de leer Bioy, que entonces todavía no había leído, le escribiera, para conversar más (entonces mi proyecto de tesis de la Maestría lo tenían a él y a Ángeles como objetos de estudios principales, y le había comentado eso). Es más, accedió a tomarse una foto conmigo (idea que no fue tanto mía sino más de los amigos que me acompañaron). Y fue tan buena onda que vio si la foto había salido bien y me dijo, con toda la confianza del mundo, como si nos conocieramos, que nos podíamos tomar otra que saliera menos borrosa (eso no lo hacen ni mis amigos). La impresión que tuve de él, más allá de la que ya tenía a partir de sus trabajos, fue que era una persona increíblemente gentil y, lo repito, buena onda. No era para nada un rock star.
No le escribí cuando terminé de leer Bioy, como dije que lo haría, porque el libro me encantó pero no sabía exactamente qué decirle: no solo mis proyectos sobre mis estudios de posgrado habían cambiado sino que, una vez más, temía hacer un papelón (en serio recuérdame, querido lector imaginario, que debo contarte lo que pasó con Gamboa; es muy gracioso). Recién este año, hace varias semanas, me animé a escribirle un mensaje por Facebook para decirle que Bioy me había efectivamente encantado y que en general él me parecía un escritor muy bueno. Y él muy amablemente me respondió. Y eso me pareció y me parece genial. No solo porque no fui dejada en visto (un poco lo esperaba, porque él obviamente no me tiene como contacto), sino porque de nuevo rompió con esa imagen que antes se tenía de los escritores como rock stars.
Este domingo 23, como decía al inicio, fui a la FIL con la esperanza de conseguir su nueva novela (que ya se está agotando a pesar de recién haber salido a la venta) y de asistir a la charla sobre las nuevas migraciones, que de por sí me interesaba mucho. En la agenda también estaba, si era posible, acercarme a Trelles de nuevo para pedirle que firmara mi libro. La presentación oficial se llevará a cabo recién el 30 de julio (este es el enlace del evento, para más detalles), pero imaginé e imagino todavía que ese día habrá mucha gente y se formará una cola larga para conseguir su firma, así que quería aprovechar esta oportunidad. Y Diego Trelles, una vez más, volvió a ser buenísima gente. No solo firmó mi libro y el de otro señor que también se había quedado al final de la charla sino que, además, cuando le dije, muy torpemente, que era la chica de la AntiFIL del año pasado (sí, esas fueron las palabras que usé, qué vergüenza), se acordó. "Claro, incluso nos tomamos una foto si no me equivoco", dijo.
La procesión infinita y otras compras. |
La nueva novela de Trelles se titula La procesión infinita y tengo altas expectativas. Justamente en el evento de la AntiFIL del año pasado leyó algunos fragmentos del que entonces era todavía un borrador de la novela y sonaban bastante bien. Ya te contaré después mis impresiones, querido lector imaginario, cuando termine de leer el libro. Esto si tengo tiempo, por supuesto, porque ni te imaginas lo atareada que estoy estos días con mil y un proyectos (de esto otro puede que te cuente también después). Lo que sí sé es que siempre voy a tener tiempo para la Literatura, siempre me voy a hacer tiempo, sí o sí. Y siempre voy a tratar de leer buenos libros y me voy a preguntar por lo que hay detrás, por los autores, por los editores, por las formas en que se producen y distribuyen estos hermosos objetos culturales, y por la forma en que son recibidos y leídos y por qué. Como investigadora, voy a seguir leyendo a Trelles y a otros autores y voy a seguir prestándole especial atención al contexto en que escriben y publican, porque quiero entenderlo y darle forma; ojalá lo logre algún día. Y como lectora voy a seguir leyendo a Trelles y a otros autores porque me gusta leer ficciones, buenas ficciones, y voy a seguir yendo a conferencias cuando pueda, y voy a seguir pidiéndoles, si se puede, de manera torpe, no importa, porque así soy, que firmen mis libros, porque es algo que valoro un montón. Si en esta nueva generación de narradores latinoamericanos se ha perdido efectivamente la imagen del autor como rock star, por las nuevas teconologías, por la posibilidad del contacto directo entre lectores y escritores a través de, entre otras cosas, las redes sociales, entonces me atrevo a decir que es algo bueno; sobre todo si el producto de este viraje son escritores buena onda como Trelles, dispuestos a escuchar a sus lectores siempre, accesibles, abiertos al diálogo y a la crítica, y, lo más importante, que hacen todo esto sin que sus obras pierdan un ápice de calidad.
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