—Oye, Sally —le dije.—¿Qué? —dijo. Estaba mirando a una chica que estaba en la otra punta del bar.—¿Te has hartado alguna vez? —le dije—. ¿Nunca has tenido miedo de que, a menos que hicieras algo, todo fuera a ser asqueroso? Quiero decir, ¿te gusta el colegio y todo eso?—Es un aburrimiento horrible.—Quiero decir que si lo odias. Ya sé que es un aburrimiento horrible, pero lo que quiero decir es si lo odias.—Bueno, no lo odio exactamente. Tú siempre tienes que...—Pero yo lo odio. Jo, cómo lo odio —le dije—. Pero no es solo el colegio. Es todo. Odio vivir en Nueva York y todo eso. Los taxis, y los autobuses de la Avenida Madison, con esos conductores que siempre te están gritando que te bajes por la puerta de atrás, y que me presenten a tíos pedantes que dicen que los Lunt actúan como los ángeles, y subir y bajar en ascensor cuando solo quieres salir a la calle, y esos tíos que te arreglan todo el tiempo los pantalones en Brooks, y la gente que no para de decir...—No grites, por favor —dijo Sally. Lo cual tuvo gracia porque yo ni siquiera gritaba.—Los coches, por ejemplo —dije. Lo dije en una voz muy baja—. La mayoría de la gente se vuelve loca por los coches. Se preocupan si les hacen un arañazo, y siempre están hablando de cuántos kilómetros hacen por litro de gasolina, y no han acabado de comprarse uno y ya están pensando en cambiarlo por otro más nuevo. A mí ni quiera me gustan los viejos. Quiero decir que no me interesan nada. Preferiría tener un maldito caballo. Por lo menos los caballos son humanos, por el amor de Dios. Por lo menos con un caballo puedes...—No se de qué me hablas.
¿El libro? El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. Leí una traducción española, y si bien al principio no me acostumbraba a los "jo", los "tíos" y los "todo eso", después de un tiempo, me parecieron de lo más normal. ¿Lo recomiendo? Sí, bastante. Es una novela que ya forma parte de la historia americana y que, además, sobre todo si eres joven, puede hacerte pensar mucho.
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