martes, 6 de enero de 2015

El día de contarlo todo

¿Es realmente Contarlo todo el siguiente éxito hispanoamericano de novela como leí por ahí que dijo Mario Vargas Llosa? Ni idea, querido lector imaginario, pero cuando me dijeron que su autor, un periodista peruano llamado Jeremías Gamboa, había recibido tales elogios, quise saber por qué (y si estaban bien fundamentados, por supuesto).

Las personas que me prestaron el libro me advirtieron que no era la gran cosa. Es más, mi hermana, que lo leyó antes de dármelo a mí, se quejaba constantemente de lo pésimo que le caía el personaje principal. En el trabajo también escuché a un jefe y un colega comentar que no entendían por qué Varguitas (ellos no dijeron 'Varguitas') había alabado tanto ese libro que, si bien no era malo, no era tampoco tan bueno. Pues yo, querido lector imaginario, tengo la respuesta a esa última interrogante. No voy decir si el libro es o no es la nueva joya literaria de Hispanoamérica, pero definitivamente es un libro con el que Varguitas (mi querido 'Varguitas') se ha podido identificar.


La novela cuenta la historia de Gabriel Lisboa, un muchacho que, a la edad de diecinueve años, descubre que quiere ser escritor. Y ese descubrimiento lo persigue y determina su vida de una manera tan drástica que más de uno (tanto personajes como lectores) se puede llegar a preguntar si es normal o no. Estas ganas de escribir, ese deseo constante, esa necesidad inexplicable de contar historias por escrito, parecen completamente fortuitas. Y, sin embargo, tienen perfecto sentido. Son mil sucesos, y a la vez ninguno, los que determinan la vocación (así se la llama, ¿no?) del protagonista de esta novela y, por lo menos así lo pareció para mí, es una vocación verdadera, al punto de que su vida solo valdría la pena si algún día lograba escribir una novela:
Su ausencia disgregó a todos y al principio afectó mucho a Lisboa, que estaba solo en ese momento, pero después lo forzó a enfrentarse a aquello que se había trazado tiempo atrás y una y otra vez había eludido o enfrentado mal durante los últimos años. ¿No era verdad que sentía algo adentro y que quería sacarlo fuera de sí? ¿Acaso no deseaba escribir un libro? ¿No había dejado todo por ello? Cuando las clases de la universidad terminaban y Lisboa se iba liberando de sus ocupaciones, se prometió con determinación encerrarse de una vez por todas en su habitación y no salir de ella hasta encontrar su maldita voz. Ninguna otra cosa lo justificaba en el mundo y la verdad es que no tenía de dónde más asirse. Sentía que iba a jugárselo todo. Si en las semanas que venían llegaba a encontrar su estilo, si accedía a una forma narrativa que tradujese sus emociones e ideas, entonces todo, absolutamente todo lo que había hecho con su vida —renunciar al periodismo, regresar a Santa Anita, terminar con Fernanda—, adquiriría total sentido, o lo justificaría. Si no era así... Lisboa no deseaba ni pensar en esa opción. Era preciso encerrarse y dejar de vivir el mundo exterior; detener la corriente de la vida real o congelarla para generar otra corriente, suya, hecha con palabras.
No sé tú, querido lector imaginario, pero a mí, estas últimas líneas me encantaron. La idea de que algo aparentemente tan simple como la escritura, como la narración en forma escrita, para ser más precisa, pueda darle sentido a absolutamente todo lo que hemos vivido, a todo lo bueno y sobre todo a todo lo malo, es mágica. Por lo menos yo, en más de una ocasión, la he sentido en mi mente palpitante, como si efectivamente poner por escrito nuestras experiencias, aunque no precisamente nuestras experiencias, claro, pudiera resolverlo todo y hacer de nuestras vidas algo profundamente valioso y de cada suceso dentro de ella algo absolutamente necesario.

En ese sentido, la novela de Jeremías Gamboa no se acerca a Vargas Llosa solo en estilo, sino sobre todo en tratar un tema fundamental para él: la vocación del escritor. Lo determinante de ella, lo urgente, lo radical y complemente absorbente del deseo de escribir son temas que saltan cuando se leen las obras de Vargas Llosa, sobre todo aquellas como El pez en el agua, Cartas a un joven novelista, o La orgía perpetua, de la que te hablé algunas semanas atrás. Entonces, cuando descubrí el tema de fondo de esta novela, dejó de asombrarme por completo que Vargas Llosa la haya alabado tanto. Es prácticamente el tema de su vida y el autor no escribe nada mal. No sé si será el siguiente éxito hispanoamericano de novela, pero lo cierto es que el tan cuestionado padrinazgo de Varguitas no debería sorprender a quienes hayan leído sus obras y hayan comprendido el gran peso que el tema tratado por Gamboa tiene para él. Se trata de un libro bien pensado y bastante trabajado. Quizás te guste, querido lector imaginario, porque además de las reflexiones vocacionales y los conflictos existenciales encontrarás muchas drogas, sexo y alcohol. Como para ti.

jueves, 1 de enero de 2015

Un año muy dulce

¿Recuerdas, querido lector imaginario, cómo hace casi un año escribí un pequeño post en el que te decía que prepararía todas las recetas del nuevo libro de Miss Cupcakes que mi hermana me había regalado? Mis misscupcakes cupcakes, ¿lo recuerdas?, ahí te conté cómo había recordado la película de Julie and Julia y cómo se me había ocurrido llevarla a la práctica con comida menos francesa y más dulce instead.

Pues bien, un año después, puedo decir que el título del libro de Paloma Casanave, Cupcakes (o cómo endulzar tu vida a lo largo de un año), no miente. Este ha sido un año muy dulce a pesar de todos las cosas feas que han pasado en él. Exactamente 40 recetas, aproximadamente 480 cupcakes, probablemente varios gramos más de masa en el cuerpo y definitivamente un año muy, muy dulce: creo que ese es un resumen que le hace justicia, ¿no? Y creo que nos fue bastante bien. Es decir, más allá de uno que otro inconveniente, preparamos todas las recetas con bastante éxito (¡todos los cupcakes nos salieron!). Y creo que eso es gracias al cuidado y empeño que la autora puso al armar su libro: cada una de sus recetas funciona y funciona muy bien. 

Entonces solo queda decir ¡gracias! Gracias a Paloma Casanave, por crear un libro tan lindo y dulce con el que estoy segura haz endulzado el año, no solo de dos hermanitas in their twenties como nosotras, sino de muchísimas personas más. Gracias a los amigos y amigas que a lo largo de este año han aceptado y comido todos los cupcakes que hemos preparado y han tenido algo lindo que decir. Gracias a nuestros padres, por supuesto, por soportar nuestras invasiones a la cocina y nuestros lavaderos repletos de utensilios sucios y por, de vez en cuando, ayudarnos a conseguir un ingrediente o dos. Y gracias a la maravillosísima Génesis Huerta, la hermana adorada que me regaló el libro hace un año y que día a día endulza mis horas con todas las cositas bonitas que dice y hace por mí. I love you, lasis. Solo me queda agredecerle a la Academia por haberme escogido y a todos mis colegas actores que esta noche me acomp... ah, espera, ese es mi otro discurso. De ese te contaré en otra oportunidad.


Puedes ver la historia completa bajo esta etiqueta: #libromisscupcakes.
Solo asegúrate de tener tiempo suficiente para procrastinar.

40 de 40 (o cupcakes de fresas y champagne)

Esta es la última receta del libro, querido lector imaginario. 40 de 40. Terminamos. TER. MI. NA. MOS. Pero vamos con calma. Como has podido leer en el título, querido lector imaginario, los ingredientes estrella de estos cupcakes son las fresas y, por supuesto, por tratarse de Año Nuevo, el champagne. Por supuesto, no tiene que ser champagne champagne, puede ser cualquier espumante, incluso uno muy baratito como el que mi hermana y yo compramos porque mamá no quería que abramos el que ella había comprado para brindar.


Creo que nos costó ocho o nueve soles, así que no criticaré el corcho de plástico.


Después, las fresas. Debes reservar algunas enteras para la decoración, pero puedes picar el resto en cubitos para luego mezclarlas con la masa. Me encantó el contraste de colores al echarlas al tazón. ¿A ti no?



Los bizcochitos quedan lindísimos. Aquí ya se habían desinflado un poquito, pero de todas formas se siguen viendo ridículamente apetitosos, ¿no crees?


El frosting, sin embargo, no sé si nos quedó tan bien.



Estaba bastante rico, pero, como puedes ver, ligeramente granuloso y algo flojo, no sé por qué. De todas formas, le pusimos las fresitas cortadas en láminas encima y quedaron bonitos. Lo único que recomendaría, querido lector imaginario, es secarlas muy bien antes de colocarlas encima del frosting, para que la humedad no afecte su consistencia ni lo tiña. Eso nos pasó con un par. Pero, incuso si te pasara, los cupcakes seguirán siendo riquísimos. Fresas y champagne: ¿no suena simplemente demasiado genial?

Ah, sí, esta última foto es la escena de un crimen. Mi hermana y yo asesinamos de dos cuchilladas a un pobre cupcake que tomaba luz artificial en la mesa de nuestro comedor solo para ver cómo se veía por dentro. Par de psicópatas, ¿verdad?


Espero que hayas pasado un divertidísimo Año Nuevo, querido lector imaginario. Yo a mis amiguitos (amiguitos no imaginarios) les llevé los cupcakes que sobraron, como para tener algo más con que brindar. Ojalá que este año que se inicia venga cargado de éxitos y... espera, espera, espera. Estos son los últimos cupcakes del libro, ¿verdad? Dame un segundo, necesito procesar bien esto.