sábado, 2 de diciembre de 2017

La obra maestra

La mayoría de los escritores que sigo en redes sociales se dio un tiempo para comentar, con muchas o pocas palabras, la genialidad del nuevo libro de Fernando Ampuero. Así que yo, obediente, apenas pude compré un ejemplar.



Y sí, hay algo en la calma y sobriedad del relato de Ampuero que lo hace especial. Es un libro pequeñito —una plaqueta, le dicen también— que retrata a dos escritores que se ven arrastrados por el anhelo de escribir una obra maestra. Y, para variar, hay un pasaje que encontré particularmente chocante y preciso; te lo copio aquí, pero cuidado con los spoilers:
Entonces oyó un golpe seco. Algo que sonó como una llamada o una advertencia. Venía de uno de los ventanales del balcón con vista a la calle, un ventanal abierto. Aquel albur le dio ideas, pensó su mujer más tarde, cuando notó que el rostro de su marido se demudaba. Callado, pálido, él se acababa de detener ante su escritorio; y, repentinamente, su mirada comenzó a oscilar entre sus papeles y el balcón, cuyo ventanal seguía sonando, llamando. Ella no previó lo que iría a suceder. No era algo que alguna vez hubiese concebido, ni en sus peores peleas. Pero en cosa de segundos, al verlo cargar entre sus brazos las rumas de papeles y correr hacia el balcón, la asaltó un pálpito, el premonitorio latido del abismo.
—Edmundo —se angustió Teresina.
Él no le hizo caso. Y de nada hubiera servido. Ya había levantado los brazos a la noche, al viento frío que silbaba y soplaba, a la persistente llovizna. Los papeles alzaron vuelo como una bandada de gaviotas, revoloteando y alejándose velozmente del departamento. Asomada al balcón, consternada, Teresina apenas contempló la belleza incongruente de cientos de hojas flotando con un ruido de aleteos y que caían para estropearse, manchadas por el barro, pisoteadas por las ruedas de los autos, empapadas por la vereda mojada o las chorreantes copas de los árboles.
—¡A la mierda! —gritó Edmundo.
Abatido, harto de luchar, aceptaba su derrota. Y entonces, de pie y salpicado de lluvia, se convirtió en un ser vacío, en un cuerpo sin alma.
Teresina derramó unas lágrimas en silencio. Ni él ni ella se dijeron una palabra. ¿Qué podrían decir en tales circunstancias? Era el fin de la ilusión que explica una existencia, la renuncia al encanto de vivir y el abandono del sueño de la obra maestra, pero también el final de su vida en pareja.

Es esta última oración la que me impactó... Era el fin de la ilusión que explica una existencia, la renuncia al encanto de vivir y el abandono del sueño de la obra maestra. Solo escucha esa frase, querido lector imaginario, solo presta atención a lo que significan cada una de sus palabras: el fin de la ilusión que explica una existencia. Es muy, muy fuerte: el fin de la ilusión que explica una existencia. Me gustaría poder decir más, poder agregar algo, pero no. En este caso, si sabes lo que es vivir con una ilusión de ese tipo, si tienes un sueño, un solo sueño constante, un sueño que vuelve a ti una y otra vez sin importar cuántos años pasen, entonces no necesito decir más porque esas palabras lo han dicho todo.