viernes, 5 de febrero de 2016

La lectura according to Darnton

Hay un fragmento en uno de los trabajos de Robert Darnton que recuerdo siempre que quiero explicar lo difícil que es el estudio de la lectura y la recepción. ¿No sabes quién es Robert Darnton, querido lector imaginario? Robert Darnton es un historiador americano especializado en la historia del libro, un campo de investigación relativamente reciente, cuyo principal objetivo es entender la forma en que las ideas se han transmitido por medio de la palabra impresa y cuál ha sido el efecto de su difusión. Él es, de hecho, uno de mis historiadores favoritos (sí, aparentemente tengo historiadores favoritos), pues no solo estudia los temas que más me interesan en lo que concierne a esa disciplina sino que, además, escribe muy bien (claro y bonito, como debe ser).


El fragmento que recuerdo siempre, y que de hecho busqué justo hoy para citarlo en un trabajo que estoy realizando (¡no al plagio!), es el que reproduzco para ti líneas abajo. Se encuentra en un ensayo titulado "Los lectores le responden a Rousseau: la creación de la sensibilidad romántica", como parte de La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, un libro de historia que, a diferencia de muchos, no es para nada aburrido. A ver si lo encuentras interesante. En mi opinión, es altamente ilustrativo.
Cuando los philosophes decidieron conquistar el mundo deslindándolo, sabían que su éxito dependía de su capacidad para imponer su punto de vista a las mentes de sus lectores. Pero ¿cómo se realizó esto? ¿Qué se leía realmente en Francia en el siglo XVIII? La lectura continúa siendo un misterio, aunque leemos todos los días. Esta experiencia es tan familiar que parece perfectamente comprensible. Pero si realmente pudiéramos comprenderla, si pudiéramos entender cómo percibimos el significado por medio de esos pequeños signos impresos en una página, podríamos empezar a penetrar en el profundo misterio de cómo la gente se orienta en el mundo de los símbolos que le ofrece su cultura. Aun entonces no podríamos suponer cómo otra gente ha leído en otras épocas y lugares. Una historia o antropología de la lectura nos obligaría a enfrentarnos a la otredad de las mentalités extrañas. Por ejemplo, considérese el lugar que ocupa la lectura en los ritos de los muertos de Bali.
Cuando los habitantes de Bali preparan un cadáver para enterrarlo, se leen historias mutuamente, historias comunes de recopilaciones de sus cuentos más familiares. Leen sin parar, 24 horas al día, durante dos o tres días, y no porque necesiten distracción, sino debido al peligro de los demonios. Los demonios se apoderan de las almas durante el periodo vulnerable que sigue inmediatamente después de una muerte, pero las historias los mantienen alejados. Como las cajas chinas o los jardines laberínticos ingleses, estas historias contienen cuentos dentro de los cuentos, de tal manera que el individuo que empieza a leer uno entra al otro, pasando de una trama a otra cada vez que llega a una esquina, hasta que por último llega al centro del espacio narrativo, que corresponde al lugar que ocupa el cadáver en el patio interior de la casa. Los demonios no pueden penetrar en este espacio porque no pueden dar vuelta en las esquinas. Se golpean la cabeza inevitablemente con la maza narrativa que los lectores han levantado, y por ello la lectura ofrece una especie de fortificación que rodea el rito balinés. Crea una muralla de palabras, que funciona como la estática de las transmisiones de radio. No divierte, ni instruye, ni cultiva ni ayuda a pasar el rato: protege a las almas mediante la trama narrativa y la cacofonía de los sonidos.
La lectura quizá nunca ha sido tan exótica en Occidente, aunque el uso de la Biblia (en la toma de juramentos, en las confirmaciones y otras ceremonias) desde luego podría parecer extravagante a los balineses. Pero este ejemplo balinés ilustra un aspecto importante: nada puede ser más erróneo en un intento de recapturar la experiencia de la lectura del pasado que suponer que la gente siempre ha leído como lo hacemos hoy día. Una historia de la lectura, si pudiera escribirse, registraría el extraño elemento de la forma como un hombre le ha encontrado sentido al mundo. Leer, a diferencia de la carpintería o el bordado, no solo es una habilidad, sino la actividad de encontrar sentido dentro de un sistema de comunicación. Comprender cómo leían libros los franceses en el siglo XVIII es comprender cómo pensaban; esto es, aquellos que podían participar en la transmisión del pensamiento por medio de los símbolos impresos.
Esta tarea puede parecer imposible porque no podemos mirar sobre los hombros de los lectores del siglo XVIII e interrogarlos como un psicólogo moderno puede interrogar hoy día a un lector. Solo podemos indagar lo que se conserva de esta experiencia en las bibliotecas y en los archivos, y aun entonces rara vez podremos ir más allá del testimonio retrospectivo de unos cuantos grandes hombres acera de unos cuantos libros importantes.

Extraído de: Robert Darnton, “Los lectores le responden a Rousseau: la creación de la sensibilidad romántica”, en La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1987, pp. 216-217. Título original del libro: The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History.

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